La n-ésima ola


El virus que ataca a la Sunedu tiene cada vez más variantes


Este Congreso ha llegado con claras intenciones de traerse abajo la reforma universitaria. Desde su instalación se han presentado cerca de 30 proyectos de ley que, de una u otra forma, atentan contra el sistema. Para esto han mostrado una productividad envidiable. ¡Un proyecto de ley cada tres días laborables! 

Vistos individualmente, los proyectos de ley no parecen ser tan nocivos. Pongamos como ejemplo la recientemente aprobada extensión del bachillerato automático por dos años más, sin necesidad de hacer un trabajo de tesis. Se argumenta que hacer o no un trabajo de tesis tiene un impacto ínfimo en la formación de un recién graduado, pues los cinco años de formación que ya recibió han sido de deficiente calidad. 

El argumento es válido, pero solamente en una mirada excesivamente microsistémica y cortoplacista. Hay que mirar el bosque y preguntarse: ¿por qué esos cinco años de formación universitaria fueron deficientes? Y aquí otra pregunta clave, donde no hay inocentes: ¿por qué con otros proyectos de ley sí se atacan otros factores clave para la calidad universitaria, como la capacitación de los docentes o su edad de jubilación? 

Pero, además, sume usted algunas decenas de proyectos de ley con impactos pequeños pero nocivos y tendrá un gran impacto negativo para el sistema universitario. Lo que viene haciendo el Congreso es debilitar de a pocos a la reforma y a la Sunedu, su cabeza visible.

Este Congreso viene siendo metódico y persistente en su acometida y no se trata de algo nuevo. Desde que se dio la Ley Universitaria —o, incluso, antes de ello— la reforma ha estado bajo ataque. Cada Congreso ha tenido a varios de sus integrantes con un vínculo directo al negocio de la educación. En las dos décadas previas a la reforma este ha sido un mercado grande, altamente rentable y en expansión. Demasiado apetecible como para dejarlo ir así nomás. 

Vale la pena aclarar algo importante. Que se trate de algo ideal para los negociantes, per se, no debería ser causal para regular o limitar un mercado. El problema aquí es que se hace a expensas de los sueños de cientos de miles de jóvenes y sus familias. La evidencia es clara y señala que la empleabilidad de los jóvenes recién graduados de las universidades de baja calidad es muy mala.

Esto sucede porque el mercado de la educación tiene demasiadas fallas, varias de ellas tan estructurales que difícilmente se pueden resolver con regulación. Una de las más importantes es que es muy difícil apreciar la calidad en el momento de la transacción. Esta es revelada a los consumidores años o décadas después de la graduación, en la empleabilidad, pero para ese entonces ya es tarde y no hay lugar a reclamo. Otra muy importante es que los mercados, siendo buenos mecanismos para la eficiencia, son muy malos para la equidad. Y si la educación es la herramienta por excelencia para la construcción de equidad, hay algo profundamente contradictorio ahí.

Pero volvamos a lo de la n-ésima ola de ataques del Congreso al sistema universitario. Esta vez viene con una variante que puede ser letal: el apoyo del Ejecutivo. Recordemos que, desde la campaña presidencial, Castillo y su entorno se han manifestado varias veces en contra de la reforma. Sus razones han sido distintas, más de clientelismo político masivo como el ingreso libre, la creación de nuevas facultades y universidades, el mantenimiento de puestos de empleo a personas sin credenciales suficientes, y otras. A lo que se vislumbraba desde la campaña sumémosle un hecho concreto: la ley sobre el bachillerato automático fue promulgada la semana pasada en Palacio de Gobierno, con presencia de algunas cuestionables autoridades universitarias.   

Como ya se ha dicho múltiples veces, en un país con institucionalidad tan precaria, el único antídoto frente a un mal gobierno es una ciudadanía activa. Necesitamos estar alertas y no dejar pasar estos ataques al sistema universitario. El impacto de estos despropósitos no se verá en este gobierno, ni en el próximo. Las generaciones que siguen ya tendrán suficientes problemas que atender como resultado de la pandemia y los retos globales que se vienen. 

No les dejemos, además, uno con su educación. 

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