La mujer cazadora


La ciencia actual desmiente el mito del sexo débil 


Tenía 12 años cuando ingresé a la escuela media. Era una mañana soleada de setiembre en aquel nuevo inicio de año escolar y ocupé con expectativa un asiento en la primera fila. La profesora Ubezio, una señora entrada en años, con labios pintados de rojo y un rubio peinado espumoso pasado de moda, pasó lista y, como de costumbre, fui la última en ser nombrada. “¿Zucchetti?”, preguntó. “Presente”, contesté.  

Tras cerrar la carpeta escolar, la profesora dirigió la mirada al cielorraso durante algunos segundos.  Mientras los niños y niñas esperábamos, suspendidos de sus labios pintados, alguna emocionante noticia, sentenció: “El sexo débil le gana al sexo fuerte”, haciendo una evidente referencia al mayor número de alumnas en el salón de clases. Empezó así mi decepción con la nueva profesora y, quizás, con la escuela: ese peinado que evocaba tiempos pasados se convirtió en el reflejo de sus ideas vetustas.

Resulta que los prejuicios de género de la profesora Ubezio, que a mi joven edad ya sentía incómodos, siguen profundamente arraigados en nuestra cultura. Y en la ciencia. Tomemos el caso de la antropología, por ejemplo. 

En un fascinante artículo titulado La mujer cazadora, las investigadoras Cara Ocobock y Sarah Lacy cuentan cómo el estereotipo de la mujer débil ha dominado una de las teorías fundamentales de la antropología biológica durante casi medio siglo. Se trata de la Teoría del Hombre Cazador, que postula que la caza fue un gran impulsor de la evolución humana y que fue una actividad desempeñada solo por hombres. La teoría sostiene que los ancestros humanos tenían una división del trabajo basada en diferencias biológicas entre machos y hembras, y asume que los hombres, físicamente superiores, evolucionaron para cazar y proveer, mientras las mujeres —débiles y frágiles— se ocupaban de la crianza y las tareas domésticas. ¿Acaso los entrañables personajes de los Picapiedras —Pedro y su esposa Wilma— no lo reflejan? La narrativa popular de la prehistoria presenta la idea de que, al igual que Pedro y Wilma, los hombres siempre han salido a cazar o trabajar, mientras que las mujeres se encargan del hogar y los niños.

La teoría alcanzó prominencia en 1968, cuando los antropólogos Richard B. Lee e Irven DeVore publicaron Man the Hunter, una colección de trabajos académicos sobre sociedades cazadoras-recolectoras contemporáneas. El volumen argumentó que la caza impulsó la evolución humana y resultó en una serie de características únicas de nuestra especie: «La vida del hombre como cazador proporcionó todos los demás ingredientes para lograr la civilización: la variabilidad genética, la inventiva, los sistemas de comunicación vocal, la coordinación de la vida social”.

Nada más alejado de la realidad. Ocobock y Lacy demuestran que ese axioma está equivocado y nos invitan a enterrarlo, reseñando abundante evidencia desde ciencias tan diversas como la fisiología, la paleontología o las ciencias del deporte, que demuestran que las mujeres fuimos —y somos— tan hábiles cazadoras como los hombres. Los registros fósiles y arqueológicos, por ejemplo, indican que las mujeres tienen una larga historia de caza de animales: uno de ellos proviene del Perú —se conoce como Wilamaya Patjxa y se encuentra en la comunidad de Mulla Fasiri de Ilave, Puno— y es un entierro humano de hace 9.000 años asociado con un conjunto de herramientas de caza que indican que esta cazadora temprana era una mujer de unos 17-19 años que subsistía con plantas y animales terrestres. 

Estudios etnográficos de sociedades de forrajeo contemporáneas también proporcionan evidencia directa de la participación de las mujeres en la caza. En el pueblo Agta de Filipinas, por ejemplo, las mujeres cazan mientras menstrúan, están embarazadas y amamantan, y tienen el mismo éxito en la caza que los hombres de su tribu. Otras evidencias interesantes surgen desde la ciencia del deporte que demuestran que las mujeres están fisiológicamente mejor adaptadas que los hombres para esfuerzos de resistencia, que incluyen, además de las maratones, la caza de resistencia, una práctica que nuestros ancestros humanos realizaban para perseguir presas durante largas distancias hasta que los animales se agotaban por el cansancio. Parece que las mujeres estábamos —y lo seguimos estando— mejor adaptadas para ello. 

En su galardonado libro Inferior: Cómo la ciencia se equivocó con las mujeres y la nueva investigación que está reescribiendo la historia, la reconocida periodista científica Angela Saini examina cómo la ciencia estuvo, y aún está, impregnada de prejuicios y sesgos de género, en los cuales el mismo Darwin, padre de la ciencia moderna, quedó atrapado por los suyos[1]. Afortunadamente, las investigaciones de los últimos 50-60 años están desafiando estas percepciones —y conclusiones— erróneas y están reescribiendo la historia, construyendo una ciencia que nos libere de los prejuicios.

Algunas sentencias como aquella de la profe Ubezio, sin embargo, calan hondo en el inconsciente colectivo y parecen resurgir en estos tiempos recientes. Quizás el mayor tributo que podamos rendir a las mujeres en su día, este 8 de marzo, no sea un ramo de flores ni un abrazo, sino el destierro definitivo de algún estereotipo que tenemos arraigado profundamente en nuestras mentes. 


[1] Darwin afirmó a mediados del siglo XIX que “aunque las mujeres suelen superar a los hombres en cualidades morales, son inferiores intelectualmente”. Para explorar más, ver https://answersingenesis.org/charles-darwin/views-of-women/

3 comentarios

  1. Caterina Vella

    Interesante artículo pues nos han enseñado siempre que los hombres eran los que cazaban. Fantástico que con nuevas investigaciones se sepa que las mujeres también éramos eficientes cazadoras.

  2. Jorge emilio

    ..pwro hay un dato disonante en.mi comprension del texto. Si las.mujeres estan mejor adaptadas para el esfuerzo de caza ; los resultados ,por ejemplo, de las olimpiadas en las que se.miden el rendimiento superlativo humano las marcas masculinas son definitivente superiores a las femeninas. Hay una relacion en ello?

  3. Gonzalo Llosa

    Otro mito al tacho… Las leonas cazadoras , si acaso contribuye a favor de lo que sostiene el articulo, es muy conocida del público. En muchas especies la tarea de cazar es desempeñada por macho y hembra. Buena contribución, Anna.

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