Sobre un fenómeno milenario que nos recuerda que el planeamiento y la organización importan
Que la costa peruana sea un desierto es una anomalía sobre la que solemos aprender en primaria. Ya que si bien nuestra ubicación geográfica, tan cerca cercana al ecuador, dictaría que deberíamos ser un paraíso tropical como las costas de Brasil, África o los lugares en las mismas latitudes en Asia y el Pacífico, no lo somos porque la altura de las Andes impide el paso de las nubes, forzando precipitaciones sobre sus laderas orientales y sus valles. Esto explica, además, por qué las montañas que están del lado de la costa son completamente áridas. La diferencia que se ve entre la Cordillera Blanca y la Negra.
Pero el fenómeno no se detiene en ello, sino que las variaciones que experimentamos entre las únicas dos estaciones que tenemos en la costa —una cálida y otra húmeda y fría— dependen de las corrientes marinas que circulan por nuestro mar. La que viene de sur a norte se conoce como la de Humboldt —en honor a una de las primeras personas que escribió sobre ella de manera científica— y trae aguas heladas desde la Antártida; mientras que la otra, llamada coloquialmente la del Niño porque suele coincidir con la Navidad, acarrea agua caliente desde el trópico. De eso dependen nuestro invierno y nuestro verano.
Hasta aquí todo muy sencillo y muy geográfico, pero resulta que de cuando en cuando, unas cuatro o cinco veces cada siglo, hay desarreglos en las corrientes, y el Niño baja mucho más al sur y carga bastante más agua caliente, durando, en algunos casos, más meses de los habituales, lo que inevitablemente trae precipitaciones a un desierto que no está preparado para ello. Esto ha venido sucediendo desde hace, por lo menos, 40 mil años. Es decir, todas las personas que se han asentado en la costa de los que hoy conocemos como el Perú han tenido que lidiar con esta situación.
Si bien estos fenómenos solo se han seguido con métodos científicos desde 1965, cuando se instalaron medidores para poder estudiar detalladamente la situación, la historia y la arqueología muestran muy claramente que las poblaciones costeras, particularmente en el norte peruano, han tenido que buscar formas de convivir con la furia de la naturaleza desde siempre. Para las personas de mi generación el Niño nos transporta al verano de 1983, cuando, por primera vez, experimentamos el húmedo e intenso calor característico. Vimos, además, al entonces presidente Belaunde viajar de un lugar inundado a otro comprobando cómo la preparación era casi nula y, de paso, el sueño un gobierno de construcciones se desvanecía en el fango. El siguiente ‘mega-Niño’, como se le llama ahora al fenómeno más extremo, fue el de 1997-1998, cuando Alberto Fujimori se retrató con agua y lodo hasta la cintura, aprovechando la reconstrucción para llevar adelante su política populista. Entonces llovió tanto que se originó un lago en el desierto de Sechura que se bautizó como ‘la Niña’.
Un poco más suave en comparación, pero igualmente devastador, fue el Niño costero de 2017, cuando se creó una autoridad rectora del desastre bautizada con un nombre que parece irónico: ‘Reconstrucción con cambios’. Ese año Fernando Alayo Orbegozo escribió para el diario El Comercio una detallada nota sobre la historia del fenómeno, en la que nos recordaba que ya en 1867 el naturalista italiano Antonio Raimondi había escrito sobre las lluvias anómalas después de experimentar un aguacero en Magdalena de Cao, y sobre las investigaciones que muestran que este tipo de cosas han venido sucediendo en la costa peruana desde hace miles de años. 15, 10, 5 mil años con referencia a mega-Niños que llegaron a ser tan destructivos que algunas culturas ancestrales, como la Cupisnique, buscaron adaptarse al clima para resistir sus embates.
Existe también un largo debate en la arqueología nacional sobre si la cultura mochica colapsó como consecuencia de una serie de eventos de este tipo, o si no fueron más que gatilladores, pues las poblaciones ya estaban hartas de la convivencia por otros motivos. Como casi todo en la arqueología, las respuestas son difíciles de probar definitivamente, y no podemos hacer mucho más que sopesar las distintas propuestas. De lo que no queda duda alguna es de que estas culturas, como todas las que han vivido allí antes o después, se tuvieron que adaptar a la realidad de la esporádica llegada de los mega-Niños.
Hago todo este resumen solamente para recalcar que, si hay algo que no se puede decir sobre las lluvias, los huaycos o la activación de las quebradas en estos últimos días es que sean una sorpresa. No son años, ni siquiera siglos, sino milenios en que los habitantes de estas tierras nos hemos visto obligados a enfrentar tal tipo de fenómenos. Quienes viven al lado de los ríos y las quebradas, incluso secas por décadas, en el fondo saben que cualquier día pueden activarse. Esto es lo que ha pasado, una vez más el problema es el no haber planeado de manera coordinada el manejo de los flujos de agua, la precariedad que lleva a los vulnerables a construir sus casas los lugares menos guarecidos; pero también la arrogancia de pensar que, poniendo un poco de cemento o unas cuantas bolsas de arena se podría detener la fuerza de la naturaleza.
Una vez más nos encontramos ante una tragedia, pero no se debe tanto a la naturaleza como a la falta de prevención de quienes piensan que no pasará nada. Los estudios de las cuencas existen, y con una ya aburrida y triste regularidad se vuelven a desempolvar cada vez que ocurre un desastre.
¿Será que ahora, una vez paleado el lodo y reubicados los damnificados, se hará algo al respecto? ¿O tendremos una vez más que ponernos a rezar y encomendarnos a Aiapæc, el dios creador mochica?
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Se olvidó de lo principal, lo actual: la crítica directa a los responsables, los gobiernos fracasados de izquierda de Humala, PPK, Vizcarra, el inútil Sagasti y Castillo que en más de 10 años no hicieron nada en prevención de desastres. Pareciera que para los y las socialistas el Perú se acabó con su tan odiado Fujimori. Para resumir los gobiernos plagados de progres en todos los ministerios, son los responsables de no haber hecho nada en los últimos 10 años. Seguro que muchos millones en consultorías y ningún resultado.
La historia y el sello de informalidad nos dicen que la respuesta es obvia. Seguiremos viviendo impávidos cómo los gobiernos sólo “intentan” hacer algo para prevenir las catástrofes de los futuros mega Niño, intentó que se desvanecerá em medio de la corrupción rampante, de una burocracia sofocante e improvisación delirante.
Porque así somos los peruanos, hacemos alarde en tiempos recios, pero cuando estos pasan la amnesia nos envuelve hasta los huesos. Somos un pueblo con Alzheimer, que duda cabe.