Unas reflexiones sobre el “altruismo efectivo”
En el Evangelio de san Mateo, Jesús dijo a sus discípulos que era más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre en el Reino de los Cielos. Aunque ningún camello ha pasado por el ojo de una aguja, varios millonarios y billonarios están intentado comprar su pase al paraíso amparados en sus fortunas creadas a punta de tecnología: es conocido el interés de la mayoría de ellos por la filantropía, en parte para ayudar a causas que consideran dignas de sus fortunas, mejorar su imagen y, como todos sabemos, para promover la idea que es mejor un millonario caritativo que uno que paga sus impuestos.
En efecto, las nuevas tecnologías prometen nuevas formas de filantropía y, al mismo tiempo, usan la caridad como pantalla para desarrollar una tecnología que puede ser cuestionable. Por ejemplo, muchos abogaban por el uso de NFT —imágenes digitales que supuestamente no se pueden reproducir—, para apoyar a artistas emergentes. En la realidad, no hay evidencia de que la mayoría de los artistas que usan esta tecnología sean “pequeños”, o que las NFT cuestionen las jerarquías en el mundo del arte. De la misma forma, algunas criptomonedas se asociaron al mundo de la filantropía y prometieron ganancias para las organizaciones que aceptaran donaciones en criptomonedas o que buscaran invertir sus donaciones en criptomonedas para conseguir una mayor inversión.
No voy a negar que soy de las primeras optimistas que espera que exista más progreso tecnológico. Sin embargo, nuestra esperanza en la tecnología no nos debe cegar, llevándonos a pensar que la tecnología lo puede todo. Es humano pensar —y repetir— que si la tecnología puede cambiar nuestra realidad, también puede ser usada para cambiar cómo ayudamos a otros. Igualar una mejor tecnología a un mejor tipo de caridad ignora que la tecnología también puede crear problemas y que, antes de promover una tecnología, debemos pensar en qué problemas pueda ocasionar.
La idea de que la tecnología puede ayudarnos a ayudar a otros de la mejor manera no es un concepto nuevo, ni recién capta el interés de los tecnomillonarios. Sin embargo, sí es una idea que ha cogido más fuerza en las últimas décadas, especialmente en ambientes de innovación y universidades. Es la misma ambición de siempre, pero con otros códigos. Uno de los movimientos más reconocibles de esta propuesta es el “altruismo efectivo”, que busca una filantropía más objetiva, menos sentimental y más funcional. El altruismo efectivo es una filosofía, pero también un movimiento social y una práctica financiera que depende de las nuevas tecnologías y de una creencia ciega en los datos.
Así, el altruismo efectivo responde a la concepción de que la opción más ética es la que logra más bien para la mayor cantidad de gente. Automáticamente, solemos pensar que nuestros actos de bien no siempre responden a los números y que en muchas ocasiones tenemos que abogar por acciones caritativas que beneficien solo a unas minorías, pues son estas las que tienden a olvidarse. El altruismo efectivo se ha asociado a diferentes sectores tecnológicos no solo por el uso de las tecnologías para decidir qué proyectos benéficos necesitan apoyo tecnológico, sino también por el postulado de que si alguien puede generar millones con una tecnología, luego podrá donar los resultados de sus negocios para el bien de la humanidad. Algunos de sus promotores, asociados a universidades de élite de Occidente, también promueven que uno debe decantarse por aquellas profesiones con un mayor retorno económico y así luego retribuir a aquellos que lo necesitan, en lugar de involucrarse directamente con aquellas comunidades necesitadas.
Es comprensible que esta filosofía acompañe los ideales de muchos CEO de empresas tecnológicas, puesto que promueve la idea de que a los genios hay que darles rienda suelta para hacer dinero porque al final del día lo donarán. Aunque el altruismo efectivo no promueve la desregulación, ni su mantra es que el fin justifica los medios, sus postulados pueden confundirse con las promesas de que la caridad justifica el avance de cualquier tecnología. Además, el altruismo efectivo promueve el largoplacismo, dando más importancia a los problemas del futuro que podemos prevenir hoy, en lugar de afrontar los problemas del presente que afectan a millones de personas. Esta idea también resuena en muchos innovadores, y ejemplo de ello son los debates sobre cómo evitar la desigualdad en futuras instalaciones humanas en Marte, ignorando que la exploración espacial es relevante solo para un grupo selecto de personas o que el efecto ambiental que esta industria provoca afecta a las poblaciones más vulnerables al cambio climático.
Hasta hace unas semanas, Sam Bankman-Fried, el CEO de la plataforma de intercambio de criptomonedas FTX, era el niño de los ojos del altruismo efectivo. Desde la formación de su empresa, ahora en la quiebra, Bankman-Fried declaraba que el principal motivo para la creación de FTX era ganar para luego donar. Al inicio de este año, FTX anunció su mayor propuesta filantrópica, el Future Fund, con el cual planeaba otorgar 100 millones de dólares a “proyectos ambicioso que mejoren las propuestas de la humanidad a largo plazo”. Con la quiebra de FTX, el Future Fund se ha detenido y algunas ONG beneficiadas podrían estar obligadas a devolver el dinero. Sin embargo, en su página web todavía podemos leer cuáles eran los planes que tenían. Ellos se interesaban en la inteligencia artificial y la concentración del poder, en los riesgos biológicos —como las bioarmas producidas en masa—, en la gobernabilidad espacial, en congregar las opiniones de expertos y promover una prensa más rigorosa. Y, cómo no, promover y expandir la comunidad de altruismo efectivo. Cuando uno lee las propuestas de Future Fund, no puede evitar cuestionarse cuál es el objetivo que buscan alcanzar y, más importante, cómo el Future Fund respondería si algunos de sus proyectos concluían por terminar el uso de alguna tecnología a pesar de su potencial retorno económico. Como la propia web de Future Fund nos confirma, muchas de sus ideas son especulativas.
Quienes nos interesamos en la caída de grandes empresas tecnologías, como FTX, probablemente nunca tengamos los fondos para promover nuestras propias iniciativas filantrópicas. Sin embargo, tal vez sí podamos beneficiarnos o perjudicarnos con las propuestas de los magnates tecnológicos. Si en el futuro solo va a ser la tecnología quien decida a quién y cuándo ayudar, algunos de los problemas más importantes de nuestro país y nuestra región podrían pasar a segundo plano, pues no son significativas en número, o porque sus beneficios solo se ven a escala local. Una aproximación crítica hacia la tecnología, y hacia el potencial benéfico de la misma, nos puede ahorrar ser perjudicados por un millonario que trata de entrar al Reino de los Cielos.