Las revistas más influyentes del mundo expresan sus posiciones políticas ante los constantes ataques a la investigación. ¿Qué le toca hacer a la comunidad científica nacional al respecto?
Por primera vez en 175 años la revista de divulgación Scientific American ha apoyado a un candidato a la presidencia de los Estados Unidos: Joe Biden. Y esto se debe a que “”. Lo que es una practica común en diarios o revistas como The New York Times o The Washington Post resulta inusual para una publicación científica. Los críticos de esta decisión se aferran a la idea de que la ciencia es y debería seguir siendo neutra, y por lo mismo mantenerse lejos de la política. Pero la realidad es otra. Estamos viviendo una “nueva ciencia”, para la que ser políticamente abierto se convierte en un acto de sobrevivencia.
Este acercamiento no solo se ha dado en revistas de divulgación, si no también en las de ciencia “dura”, esas que son sinónimo de objetividad e imparcialidad y que representan el sueño de cualquiera que se dedique a la investigación. Nature, Science, The Lancet y The New England Journal of Medicine han criticado públicamente a Trump por el retiro de los Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud, la revocación de las reglas de protección ambiental, el mal manejo de la pandemia de COVID-19 y , algo que afecta directamente la colaboración internacional que caracteriza a la ciencia.
«Su actitud va más allá de las elecciones en los Estados Unidos: ha llamado a un acercamiento entre la ciencia y la política en todos los países donde los movimientos anticientíficos van en aumento y donde ignorar la ciencia tiene consecuencias directas para la ciudadanía.»
Muchas de estas revistas pertenecen a organizaciones que limitan las manifestaciones políticas, como es el caso de Science, que forma parte de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia (AAS). Sin embargo, otras con gran influencia sobre la comunidad científica, como Nature, pueden ser más directas en sus mensajes. Nature no solo se ha manifestado a partir de la reelección de Donald Trump; de hecho, ya en el 2012 había apoyado públicamente a Barack Obama, y en el 2016 a Hillary Clinton. Su actitud va más allá de las elecciones en los Estados Unidos: ha llamado a un acercamiento entre la ciencia y la política en todos los países donde los movimientos anticientíficos van en aumento y donde ignorar la ciencia tiene consecuencias directas para la ciudadanía.
Lo bueno de la ciencia —y, a la vez, su principal amenaza para algunos— es que funciona así no creas en ella. Aunque digas mil veces que el coronavirus es un invento de la prensa no te vas a volver inmune a la enfermedad, así como la gravedad no va a dejar de hacer efecto en ti si es que no sabes de física. Las posturas anticientíficas no son algo nuevo, pero sí llaman la atención en un mundo donde la mayoría de nuestras acciones están involucradas directamente con el avance de la investigación y la tecnología. Hoy que la ciencia se empieza a mostrar más política, algunos asocian la libertad de pensamiento con dichas posturas anticientíficas, como si la ciencia fuera una esfera donde el debate no fuese aceptado (lo que, por supuesto, está muy lejos de la realidad). Lo cierto es que los anticientíficos se “fortalecen” cuando se presentan evidencias que van en contra de determinados intereses políticos o económicos.
Estados Unidos puede ser el caso más llamativo por su posición en la producción de conocimiento y en el control mediático, pero no es un ejemplo aislado. Jair Bolsonaro, en Brasil, comparte con Trump tesis anticientíficas respecto al medio ambiente, su maltrato a los expertos y un constante ataque a los sistemas de educación superior. En el caso peruano no tenemos que esperar las elecciones del 2021 para ver cómo algunos de los problemas nacionales van en paralelo con la negación de la evidencia científica, como ha sido distribuir pseudomedicamentos para el COVID-19 y rechazar importantes pactos ambientales como el del Escazú. A eso podríamos sumar la falta de participación en las decisiones políticas de instituciones como el Concytec y la Comisión de Ciencia y Tecnología, o su ausencia en el debate sobre la moratoria de los transgénicos.
No todos los países tienen revistas científicas mundialmente posicionadas como Scientific American o Nature, cuyas opiniones políticas resuenan en la comunidad internacional. La investigación en el Perú suele ser ignorada por los gobernantes, la anticiencia esta muy presente tanto en nuestras instituciones como en nuestros grupos de WhatsApp. En las próximas elecciones los centros de investigación, las universidades y la salud pública se hallarán amenazadas por posiciones que niegan la evidencia.
Es momento de que la ciencia y los científicos peruanos conversen abiertamente con la política nacional.
La presencia de activistas en contra de la ciencia, está íntimamente relacionada a una concepción egocéntrica y consumista, que no acepta el respeto a las especies silvestres y los ecosistemas, que al final son una garantía para la existencia humana. La ciencia a permitido develar muchos misterios y dejar atrás grandes paradigmas y ha puesto en evidencia que el conocimiento y la educación es la base del desarrollo; como también la base para una distribución equitativa de los beneficios que nos puede brindar los productos de la ciencia y tecnología.