De cómo regalar nos permitió conquistar el planeta
Cada 25 de diciembre, mis tres hermanos y yo nos despertábamos al sonido de los gallos, bajo la efervescencia de la Navidad. Para ser franca, la euforia de la celebración comenzaba días antes, cuando subíamos al Lancia Fulvia de mi padre y recorríamos la ciudad en un peregrinaje familiar para visitar a todas nuestras tías. Eran las tías lejanas, hermanas de hermanos de tíos y de tías, parientes que solíamos ver solo en ocasiones especiales: algún nacimiento, una boda, un funeral y, por supuesto, en la mágica Navidad.
Llegábamos cargados con alguna canasta, generalmente rebosante de dulces: un panetón, pegajosos turrones de almendras, chocolates, algunos frascos de mermelada o miel, y suaves galletas navideñas impregnadas de mantequilla. Las tías nos recibían con una cálida alegría, tertuliaban con mis padres sobre las noticias familiares más recientes, y nos entregaban algún presente. Así, cargados de paquetes en papel lustroso, seguíamos el recorrido hasta el próximo pariente y el siguiente intercambio. Eran días de júbilo, que alcanzaban su cénit la mañana del 25, cuando abríamos los ansiados regalos.
En ese momento, quizás por haber desertado muy rápido de las aburridas lecciones de catequesis, desconocía el significado simbólico de esa ceremonia de reciprocidad y tampoco comprendía sus benéficas repercusiones en mi cuerpo y mente.
Es que el gesto de adquirir, preparar y otorgar algo de valor —un regalo— a amigos y familiares tiene una larga historia, atraviesa todas las culturas y ha sido objeto de estudios científicos. Dar regalos es un comportamiento ancestral que nos define como seres humanos. La paleoantropóloga canadiense Ariane Burke revela que, entre 35.000 y 10.000 años atrás, nuestros antepasados ya practicaban el intercambio de regalos. Troceaban objetos, aparentemente primitivos, elaborados a partir de huesos, conchas, piedras, dientes, corteza de árbol y plumas, a menudo grabados, perforados o tejidos, que se utilizaban como collares, pulseras, pendientes o eran cosidos en la ropa. Más allá de su función decorativa, estos ornamentos prehistóricos permitían la identificación dentro de tribus y la distinción de otros grupos, pero también se ofrecían como regalos para forjar lazos con individuos de otras tribus. Sorprendentemente, parece que lo que propulsó a Homo sapiens a conquistar el planeta no fue su inteligencia superior, ni técnicas mejoradas de caza y recolección, sino más bien el intercambio de estos objetos simbólicos que le permitieron expandir sus relaciones sociales a lo largo de vastos territorios.
En el primer estudio sistemático de las prácticas de regalar en las sociedades primitivas, titulado «The Gift» y publicado en 1925, el antropólogo francés Marcel Mauss coincide con esta idea. Mauss argumenta que el intercambio de regalos no es simplemente un acto altruista, sino que genera una obligación de reciprocidad y se convierte en un dispositivo social que establece y fortalece vínculos entre individuos y comunidades. Así, el impulso de regalar tiene repercusiones evolutivas, ya que nos permite consolidar nuestros lazos sociales y, eventualmente, asegurar la protección y el resguardo de nuestro grupo social.
Otros estudios revelan que la generosidad de los antiguos egipcios con sus dioses, análoga a la de muchas sociedades precolombinas, no era tan desinteresada: las ofrendas se hacían a cambio de protección, salud, riqueza o un favor específico. Posteriormente, durante la Edad Media, el regalo y las dotes también se convirtieron en instrumentos para que las personas estrecharan relaciones o demostraran lealtad a personas poderosas, como el rey o algún sacerdote. En la sociedad incaica, a nosotros más cercana, los regalos y el intercambio también desempeñaban un papel importante en la dinámica de las relaciones sociales, políticas y religiosas.
Pero los beneficios asociados a donar y recibir dones van más allá de los vínculos sociales y son también emocionales. La neurocientífica Emiliana Simon-Thomas de la Universidad de California, Berkeley, revela que entregar obsequios —especialmente a personas queridas— activa regiones del cerebro asociadas con el placer, la conexión social y la confianza, creando un efecto de «calor interior”. Parece que cuando nos comportamos de manera generosa se activa el cerebro de una manera tal que producimos un cóctel de dopamina y oxitocina, neurotransmisores claves que incrementan nuestra sensación de felicidad. Así, en el acto de regalar, e incluso en las acciones que lo anticipan como crear, comprar o envolver el regalo, nos estamos dando un regalo a nosotros mismos: una buena dosis de alegría y felicidad[1].
Después de muchas navidades, finalmente tengo una explicación sobre nuestra infantil euforia navideña y sobre la alegría calurosa de mis queridas tías. Al entregar y recibir aquellos paquetes envueltos en papel lustroso no solo estábamos abriendo pequeñas cajas, sino también desatando una tormenta de oxitocina y dopamina y, con ellas, las grandes magias de la reciprocidad y la conexión humana.
[1] Un dato curioso es que, según la doctora Simon-Thomas, esto no sucede con los tacaños, cuyo cerebro funciona de manera diferente y activa una experiencia emocional llamada «el dolor de pagar”: a ellos, la anticipación de comprar un regalo provoca emociones de estrés y ansiedad.
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Lindo artículo, me hizo recordar la infancia hermosa y la generosidad de dar y construir felicidad. Felices Fiestas Navideñas
Excelente, le da mayor sentido y significado a mi sensación de alegría navideña cuando ofrezco y recibo un regalo!! Gracias!!
La alegría de regalar con fundamento neurobiológico y filogenético excelente!! Para agradecer a quienes regalamos y a quienes nos regalan. Yo te regalo y tu me generas occitocina!! Al final es un intercambio de occitocina que existe desde que somos humanos
Lindo e ilustrativo artículo Anna! Desde el budismo, la generosidad expresada a través del intercambio de presentes contribuye a ser una mejor persona.
uuuy …en mi grupo familiar donde solamente hay una bebe y los demas somos «grandes» , muy conscientes de la comercializacion de las navidades, decidimos ya hace unos tiempo no hacer regalos , solamente para la mas pequena y no muchos. No es tacaneria se los juro, pero si el regalo lo compensamos con traer platos de comida preparados personalmente y con devocion culinaria. Sin embargo querid Anna, dare mas vuelta a la importancia de regalar y quizas propongo regalos para la fiesta de los reyes este 6 de enero. Ademas me estoy acordando que una amiga decia, «mi cumpleanos es tal dia pero me puedes regalar todo el año» . Muy sabia.