El resurgimiento del peronismo frente a la extrema derecha
José Rodríguez Ramos es periodista y analista internacional. Licenciado en Ciencias Sociales y Humanidades por la Universidad de Palermo en Argentina, diplomado en Comunicación Política por la Universidad del Pacífico de Perú. Ha trabajado como corresponsal internacional y como comunicador parlamentario. Actualmente cursa un máster en Relaciones Internacionales en el Institut Barcelona d’Estudis Internacionals, en España.
El domingo se llevaron a cabo las elecciones presidenciales en Argentina y un sorpresivo resultado ha escrito un nuevo giro de trama en la política de ese país. El candidato “kirchnerista” y actual ministro de Economía, Sergio Massa, alcanzó el primer lugar con 37 % de los votos, mientras que el candidato antisistema Javier Milei se quedó en 30 % y Patricia Bullrich, de la coalición de centroderecha “Juntos por el Cambio”, quedó tercera con el 24 %. Los dos primeros deberán medirse en una segunda vuelta el 19 de noviembre.
Massa ha logrado una remontada notable, pasando del tercer lugar en las elecciones primarias abiertas (llamadas PASO), hace solo dos meses, al primer de la elección general. ¿Cómo es posible que el ministro de Economía de un país con una inflación de alrededor del 140 % pueda liderar la contienda para ser presidente?, es la pregunta que se hacen especialmente los analistas extranjeros. Este resultado se debe, en gran medida, a las desastrosas campañas de los candidatos de oposición, a una efectiva campaña que capitalizó el temor a la extrema derecha de Javier Milei, y a un factor único en la política argentina.
Las PASO de agosto marcaron el comienzo del verdadero proceso electoral, como es habitual. No obstante, la inesperada victoria de Milei cambió por completo el tono de la campaña general. El foco dejó de centrarse en el gobierno y la penosa situación económica del país, que tiene al 40 % de su población por debajo de la línea de la pobreza, y recayó en las propuestas radicales del candidato de «La Libertad Avanza».
Muchísimo se ha escrito ya sobre Milei en las últimas semanas. Pueden revisar incluso un primer análisis que hice en este mismo espacio sobre las razones y grandes peligros de su irrupción en el escenario. Hasta medios tan ortodoxos como la revista The Economist han advertido que, detrás de su cruzada por acabar con lo que él llama “la casta política”, hay una amenaza a la democracia argentina. El New York Times, por su parte, lo ha llamado un “mini-Trump”. A pesar de todo esto, y más bien aprovechando la atención generada, el ultraderechista disfrutó de varias semanas de un impulso mediático que lo situaba como casi el ganador inevitable de la elección general.
Visto hoy en retrospectiva, el primer lugar en las PASO es probablemente lo peor que le pudo suceder Milei y a su partido. Embriagados de victoria, los dirigentes de “La Libertad Avanza” sobreestimaron el ánimo destructor del ya mencionado hartazgo social y renunciaron a estudiar cuáles aspectos específicos de su agenda eran los que resonaban realmente con los electores.
En lugar de ajustar el enfoque, intensificaron la apuesta. Las últimas semanas de campaña mostraron una seguidilla de personajes y planteamientos grotescos, poco o nada relacionados con los problemas cotidianos de los argentinos. La defensa de los crímenes de la dictadura, la negación del cambio climático, caravanas con motosierras, reiterados insultos al papa, el desafío a consensos históricos como el reclamo por las Islas Malvinas. Y propuestas tan absurdas como la privatización de ballenas en peligro de extinción o la legalización de la renuncia a la paternidad por parte de los hombres. Todo esto resultó ser demasiado para un electorado que, si bien está harto de la oferta política tradicional, aún no ha perdido la cordura. El resultado fue claro. El apoyo a Milei se estancó completamente y al final cayó más de un punto porcentual en comparación con las elecciones primarias.
Mientras tanto, al frente terminó sucediendo lo que casi siempre sucede en Argentina: el peronismo. Aquel eterno motor político nacional que nadie puede definir pero que envuelve todo, y que recuerda su propia existencia cada vez que la situación lo amerita. Esta vez lo hizo bajo el liderazgo de Sergio Massa.
La historia de Massa es la de un candidato oficialista peculiar pero, al mismo tiempo, una que ejemplifica la afición del peronismo por el poder. A lo largo de su carrera, ha levantado numerosas banderas políticas. Fue menemista, duhaldista, kirchnerista, antikirchnerista y, finalmente, kirchnerista de nuevo. Se desvinculó del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner hace diez años, tras ser su jefe de gabinete, y postuló a la presidencia como un ferviente opositor. Aquel intento, si bien fallido, moldeó una imagen de político de centro e independiente de la cual aún sigue sacando réditos, incluso tras volver al partido en 2018. Un perfil del diario El País lo ha llamado “el hijo pródigo del peronismo”.
El año pasado decidió aceptar el cargo de ministro de Economía en un momento en el que nadie quería asumir esa responsabilidad, viéndolo él como una oportunidad de regresar al centro mismo de la escena política a un año de las elecciones. La apuesta le rindió frutos y lo posicionó como una figura aún más relevante que el propio presidente Alberto Fernández, entregado a la irrelevancia. En junio de este año fue elegido, a último minuto, como el candidato presidencial de consenso entre las distintas facciones del peronismo gobernante, y tuvo que planear su campaña política sobre la marcha.
Tras su inicial tropiezo en las PASO de agosto, en las que quedó tercero con 29%, Massa supo leer y aprovechar el nuevo escenario de cara a las elecciones generales. No solo se logró vender como una alternativa sensata a la insania disruptiva de Milei, sino también fue efectivo en el siempre complicado trabajo de ejercer el poder partidario. Su acercamiento a los intendentes y gobernadores locales, junto al temor a la candidatura antisistema del libertario, fue importante para movilizar a las fuerzas del statu quo peronista en lugares clave, como la provincia de Buenos Aires y las provincias del norte. En muchas de estas localidades creció entre 10% y 15% de la elección primaria a la general.
También ha mostrado ser el verdadero administrador actual del Estado en la práctica, negociando y anunciando todo tipo de presupuestos, bonos, subsidios y recortes de impuestos como parte de la campaña, sin mediar en los costos para las arcas del Estado. Sin embargo, al mismo tiempo ha tratado constantemente de desvincularse de los errores del presidente Fernández. “El 10 de diciembre empieza MI gobierno. Con la libertad, la autonomía y la determinación en mi espalda”, ha dicho más de una vez. Un contorsionismo populista muy extraño que, hasta ahora, parece haber funcionado.
El crecimiento en la votación de Massa y el peronismo se ha dado a expensas del hundimiento de Juntos por el Cambio, la agrupación creada por el expresidente Mauricio Macri, que tenía a la exministra Patricia Bullrich como candidata. Tras una campaña paupérrima, Bullrich sufrió una fuga significativa de votantes del centro en la recta final, que vieron en Massa una opción más viable de frenar a Milei. Este fracaso merece un estudio aparte. La coalición que hace un año parecía tener el camino despejado para llegar al gobierno, ahora corre el riesgo de fragmentarse y desaparecer en la derrota, debido a divisiones internas acumuladas. El propio Macri tuvo un rol activo en este declive, al interferir en la elección primaria apoyando a la candidata más leal a él, en contra de quien parecía tener más posibilidades de ganarle a los extremos, y luego coqueteando con los libertarios en la elección general.
El pronóstico para la segunda vuelta es incierto. Aunque la aritmética nos tienta a pensar que los votos de la centro-derecha se pueden trasladar automáticamente hacia los libertarios, sabemos que la política no sigue leyes naturales y mucho menos en Argentina. El balance postelectoral se inclina hacia el resurgimiento del peronismo y Massa, quien ha acabado de golpe con la noción previa de que el fenómeno Milei era imparable. Lo que se avecina es una carrera por incorporar los fragmentos de una oposición dividida y una campaña que promete ser ferozmente polarizada y populista. Por lo pronto, tras los resultados del domingo, Milei ha planteado una alianza para “terminar con el kirchnerismo”, mientras que Massa ha prometido abrir las puertas a todas las fuerzas políticas democráticas.
“No nos une el amor, sino el espanto”, recita aquel célebre poema de Jorge Luis Borges, dedicado a Buenos Aires. Si el odio a la clase política fue el protagonista en agosto, esta vez fue el miedo al abismo el que generó un contragolpe de esta. ¿Cuál de los dos sentimientos prevalecerá en noviembre?
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LA REALIDAD POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA ES MUY DIFÍCIL, IGUAL QUE EN EL PERÚ EN ÁNGENTINA NO HAY PARTIDOS POLÍTICOS. ESO HACE POSIBLE LA APARICIÓN DE CANDIDATOS DESCONOCIDOS Y SIN UNA HISTORIA BIOGRÁFICA RESPETABLE.
EL CASO DE ARGENTINA ES MUY PREOCUPANTE. UN PAÍS CON UNA TREMENDA INFLACIÓN Y UNA DEUDA INTERNACIONAL IMPAGABLE GRACIAS A LA IZQUIERDA,Y AMENAZA CONOCER REELECTA. OK EL ELECTORADO MUESTRA LA AUSENCIA DE PENSAMIENTO CRÍTICO Y USA LAS EMOCIONES PARA DAR SU VOTO.
ANTE ESTE ESTO ES IMPORTANTE VOLVER A TENER PARTIDOS POLÍTICOS CON HISTORIA.