La banalidad con que elegimos


Un sistema que atenta contra la rendición de cuentas 


Piense en la última vez que votó en las elecciones nacionales, regionales o locales. ¿Recuerda los nombres de esas personas? ¿Sus rostros? ¿Recuerda por qué votó por ellas? ¿Ha tenido la oportunidad de cotejar si cada persona cumplió con lo que ofrecía?

            La respuesta a esta última pregunta abre la discusión sobre las herramientas que tenemos como ciudadanas y ciudadanos para exigir a nuestros representantes la rendición de cuentas. Nuestra participación política es potente cuando hacemos el seguimiento constante a las/os representantes que elegimos.

            La rendición de cuentas democrática ­–o democratic accountability–, según Justin de Benedictis-Kessner, profesor de Política Pública en la Universidad de Harvard, se basa en la habilidad del electorado para seleccionar representantes mediante elecciones. Si esas decisiones están basadas en una imagen distorsionada del desempeño de las y los representantes, la rendición de cuentas puede no alcanzarse. Quedamos, así, un paso más alejados de la democracia. 

            ¿Y cómo se construye esa imagen del desempeño de los representantes en una democracia?

            Primero está nuestra memoria. Todo votante tiende a reflexionar sobre experiencias del pasado cuando evalúa candidaturas que aspiran a la reelección[1]. A este proceso de decisión se le conoce como voto retrospectivo. Es decir, el desempeño previo de los candidatos o partidos informa sus probabilidades de ganar. Si alguien cumplió lo que prometió y representó los intereses de sus votantes su “recompensa” sería la reelección, cuando es posible.

            La forma de definir ese desempeño varía de sociedad a sociedad. Para el caso estadounidense, existen estudios que atribuyen la cantidad de votos que un candidato obtiene para su reelección con la situación económica de su circunscripción electoral. Mientras mejor le vaya económicamente a un distrito electoral, más votos tendrá su representante si decide postular a la reelección. Parece obvio y natural votar por quien nos ha liderado antes en el éxito, o con quien asociamos experiencias de bonanza. “Cuando ese señor era presidente, el pan costaba diez centavos”, recuerdan algunas personas con nostalgia. 

            La pregunta es si la situación económica de una ciudad, región o país es producto directo del desempeño de sus representantes. Más de un factor contribuye a determinar el bienestar o malestar económico. A veces puede ser un golpe de suerte para los representantes políticos. Recordemos los famosos booms, como el del guano, el caucho, el petróleo y otros recursos naturales que tuvimos en nuestra historia. Quienes gobiernan en estos momentos de auge cumplen con estar en el momento indicado en el lugar indicado. 

            También puede suceder que el auge devenga de una buena administración. Incluso en este caso, el desempeño político es uno de varios factores que contribuyen a explicar la situación económica de una circunscripción electoral. El desempeño político es importante, pero necesitamos más de un criterio para medirlo de forma eficiente. Las políticas que se implementaron en un gobierno, los programas creados y los niveles de acceso a derechos pueden ser criterios complementarios a la percepción sobre la economía del país. 

            Con esto pasamos de enfocarnos en quién es un candidato, a qué hizo un candidato. 

            Para este cambio de enfoque es clave el acceso a la información. Tengamos en cuenta que hay candidaturas nuevas o puestos que no permiten reelección en el Perú. Entonces, además de nuestra memoria, juega un rol la información disponible sobre los planes de gobierno, trayectorias profesionales y sus antecedentes judiciales. A veces, los medios de comunicación hacen el trabajo de ordenar y amplificar estos datos clave sobre las y los potenciales representantes. Otras veces oscurecen la información y nos llevan de vuelta a enfocarnos en quién es un candidato. 

            Volvamos entonces a las preguntas del comienzo. Por enfocarnos en la personalidad de un candidato o candidata, es más fácil que recordemos su nombre o su rostro que aquello que prometió hacer e hizo. Esa es una razón para cambiar el quién por el qué en los medios de comunicación y en la práctica ciudadana. 

            Otra razón para cambiar es que los juicios sobre quién candidatea suelen estar cargados de prejuicios y estereotipos. Es banal no elegir a alguien por no verse como un político, hablar con cierto acento, o elegir por el atractivo físico. También es muestra del racismo, el clasismo, el sexismo, la homofobia y otros males sociales enraizados en el sistema. 

            He discutido antes la pertinencia de descentralizar la representación como eje de la democracia. La realidad es que aún tenemos un sistema principalmente basado en las elecciones sin intenciones de cambiar. Mientras tanto, conocer nuestras formas de ejercer la ciudadanía de forma sostenible en el tiempo será clave para construir el contexto político que queremos. Pasar del foco en la personalidad al balance reflexivo basado en el desempeño es una opción de largo plazo. 


[1] Benedictis Kessner, J. en “Strategic Government Communication About Performance”. Disponible en https://scholar.harvard.edu/files/jdbk/files/strategiccommunication_200803.pdf

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