“La anomalía” del sistema o de la patafísica peruana


Un país disparatado requiere soluciones a su altura


Alejandro Neyra es escritor y diplomático peruano. Ha sido director de la Biblioteca Nacional, ministro de Cultura, y ha desempeñado funciones diplomáticas ante Naciones Unidas en Ginebra y la Embajada del Perú en Chile. Es autor de los libros Peruanos IlustresPeruvians do it better, Peruanas Ilustres, Historia (o)culta del Perú, Biblioteca Peruana, Peruanos de ficción, Traiciones Peruanas, entre otros. Ha ganado el Premio Copé de Novela 2019 con Mi monstruo sagrado y es autor de la celebrada y premiada saga de novelas CIA Perú.


La patafísica, como se sabe, es la ciencia que se dedica a estudiar las soluciones a problemas imaginarios (o a descubrir las leyes que regulan las excepciones)[1]. Quizás conozca usted el clásico ejemplo: imaginemos que por una vez la manzana que soltamos en lugar de ir en dirección al suelo lo hace hacia el cielo. La disciplina patafísica obliga a buscar, de manera seria y científica, una respuesta a dicha situación, que no por improbable es completamente imposible (más en un país como el nuestro, acéptelo amigo lector, porque el Perú siempre puede sorprendernos más y más).

La anomalía es la reciente novela de Hervé Le Tellier que se llevó el premio Goncourt 2020 y es un homenaje a la patafísica y a sus principales exponentes, como Georges Perec e Italo Calvino. En ella, un mismo avión de la ruta París-Nueva York aterriza dos veces con la misma tripulación y los mismos pasajeros, convirtiendo la pesadilla del doble en una realidad pasmosa y un problema internacional para los estados, que no saben qué hacer ante tal situación anómala. Hay alguien, sin embargo, un físico cuántico, que pensó en esa (casi) imposible realidad y tiene en sus manos la solución al problema; hay alguien más, un escritor, que parece tener en sus manos la respuesta a esa curiosidad, en una ficción notable.

Pensemos ahora nuevamente en el Perú. Tras doscientos años de independencia, hemos encontrado que nuestros problemas se repiten incesantemente y, por más que buscamos reformas políticas, económicas y sociales, terminamos siempre en un páramo de incertidumbre difícil de reformar (notará usted, lector culto y sensible, la referencia a la reciente obra de un reputado politólogo). Podemos imaginar un Perú mejor, pero… ¿hacerlo realidad? (sabrá usted a qué atenerse con esta referencia).

Frente a esta casi imposibilidad, proponemos de manera responsable que es hora de la patafísica adaptada a las peculiaridades de nuestra incomprendida nación. Postulando algunos problemas, no todos únicamente peruanos por supuesto, pero con peculiaridades propias del sistema (democrático y de poder) que rige nuestro país y sus soluciones imaginarias y, sobre todo, pensándolo desde la óptica del problema de “lo público” —que es finalmente el complejo que desde las entrañas de nuestro pueblo mueve los engranajes de esa palabra bendita que se llama Perú— quizás construyamos un país mejor.

No se emocionen y tampoco se sorprendan. Las soluciones que desde la patafísica se pueden ofrecer a problemas reales no son mágicas, pero sí imaginativas (y quién sabe si más efectivas que aquellas reformas inconclusas). Empezaremos con un problema madre…

El problema del sistema

Existe un problema que es más complejo que nuestra propia peruanidad. Conforme al actual sistema —llámenlo capitalista o como deseen—, los que trabajan (trabajamos) en el Estado estamos sujetos a una serie de restricciones con relación al capital y las ganancias. Trabajemos las 24 horas de cada día de la semana o lo hagamos durante 15 minutos al mes desde la comodidad de nuestro hogar (el teletrabajo es el opio del nuevo pueblo), nuestro sueldo siempre será el mismo. No caben aquí regalías, dividendos o bonificaciones por ser mejores trabajadores; tampoco apretones de manos ni palmaditas en la espalda; por último, ni siquiera una pizarrita que señale al trabajador del mes.

Ser un servidor público, así, obliga a la máxima probidad y, sobre todo, a acostumbrarse a vivir con el sueldo oficial y ni un centavo más; no hay recurseo, cachuelo o posible informalidad detrás de una planilla estatal. 

Esto hace que el sistema genere novedosos “incentivos” en muchos trabajadores públicos para hacerse acreedores a la plusvalía que el sistema nos grita y prácticamente exige. Desde el albañil que pone más arena en la mezcla o el ingeniero que compra tuberías de segunda mano en lugar de las originales, hasta el gran señor que desde su puesto de mandamás de un gobierno considera que debe hacerse acreedor de manera justa a una pequeña ganancia por sus servicios a la Nación o a su localidad, el sistema genera incentivos para que en el diálogo entre lo público y lo privado existan diferencias que exceden las lisonjas habituales y que traspasan las puertas giratorias (que, bien vistas, no tendrían nada de malo si con ello llegara un verdadero aprendizaje para mejorar comprendiendo cómo se comporta el lado opuesto del sistema en pos de un mejor país). 

A eso se añaden, por supuesto, otras complejidades que en el sector privado nadie objeta, como contratar a familiares, amigos, vecinos, compañeros de chilingui o amantes bandidos, cuando en el sector público ello resulta un anatema que solo se supera en escasas ocasiones con dinastías políticas que van sucediéndose en puestos de poder, casi siempre en el ámbito local (para no sufrir problemas o acusaciones de difamación, usaremos solo el clásico ejemplo de una antigua familia denominada como los Kennedy del altiplano, muy parecida a otras dinastías contemporáneas).

Algunos otros políticos han hecho de este noble servicio al sistema capitalista un arte y se han permitido recibir esas ganancias —que muchos consideran además merecidas y a las cuales jamás han dado el nombre de coima o corrupción, pues, como se sabe, todos nuestros mandatarios han sido prístinos y transparentes, salvo deshonrosas excepciones—por métodos tradicionales y otros cada vez más sofisticados: cuentas en paraísos fiscales, maletas, loncheras, tamalitos, sobres, dádivas, pitufeos, etc.

Frente a este problema, existe una solución imaginaria que evitaría cualquier colisión entre ambos. Seguramente ella no le gustaría al gran historiador Alfonso Quiroz, pero por un tiempo es razonable hacer que las reglas del sector privado se ajusten al público y viceversa. Estoy seguro de que un Estado con gerentes dispuestos a trabajar más para ganar más (el Estado y ellos mismos) y un sector privado abotagado por el limitado poder en sus decisiones, permitiría que de una vez por todas entendamos que el sistema actual es complejo y requiere de salidas y soluciones creativas para evitar que las reglas absurdas con las que se obliga y constriñe a los servidores públicos no los haga siempre corruptos ni mucho menos insensibles (ni al revés). 

La solución patafísica es hacer que una gran puerta giratoria, una suerte de puerta dimensional entre el Estado y la empresa, se active por un tiempo determinado (seis meses o un año antes de que desaparezca el país en el intento). De este modo, aplicando esta “anomalía”, se lograría que todos aprendan que estar del otro lado no siempre te hace un maldito burócrata ineficiente ni tampoco un desgraciado capitalista opresor que solo piensa en el vil dinero. Y, quién sabe, eso nos haría a todos mejores ciudadanos. 

Piénselo bien amigo lector. Quizás lo que necesitamos es un poco de patafísica peruana para afrontar esta anomalía llamada sistema y esta ficción con p de patria.


[1] Inventada por Alfred Jarry, el Colegio de Patafísica cuenta con notables cultores como Boris Vian, Georges Perec, Ítalo Calvino entre otros.

1 comentario

  1. Lucho Amaya

    Me extraña no encontrar comentarios a esta columna al leerlo yo tres días después de su publicación aquí en Jugo de Caigua… ¿Un asunto para la patafísica?… ¡Perdón, si falto!
    La verdad, me sorprende saber, ¿conocer?, la ausencia o falta de los incentivos, que narra usted, en la administración pública (de la cual soy un crítico extremo)… ¡Pensaba que los había!… ¿De verdad, no?… ¡Perdóneme la duda!
    Me deja pensando, me quedo pensando
    Saludos

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