Impresionantes estrategias científicas para el control de la especie invasora
Quería reservar un safari entre Kenia y Tanzania para un viaje exótico durante las fiestas navideñas, pero las últimas noticias hicieron que termine comprando un boleto de avión a nuestra querida Colombia: el río más grande del vecino país —el Magdalena— y sus ecosistemas acuáticos están siendo invadidos por hipopótamos (Hipopotamus amphibius), aquel simpático mamífero amenazado por la caza furtiva en su África natal, codiciado por su carne, grasa y dientes de marfil.
Por extrañas razones, en los años 80, el “caballo de agua” africano llegó a tierras sudamericanas desde los pantanales y las sábanas africanas donde usualmente habita. En uno de esos arrebatos de grandeza, típico de los mitómanos que, si no nos gobiernan, nos perturban con sus historias surrealistas, el narcotraficante Pablo Escobar montó un zoológico en la hacienda Nápoles, su finca privada a cuatro horas de viaje de Medellín. Allí no tuvo mejor idea que hospedar a este mamífero gigante, además de jirafas, cebras, avestruces, entre otros animales adquiridos por las rutas ilegales —a él muy familiares— del tráfico de fauna silvestre. Un macho y tres hembras se instalaron en el lago de la hacienda y, en un ambiente acuático cálido propicio para su reproducción y sin depredadores naturales como leones, cocodrilos y, por supuesto, el ser humano, los hipopótamos se multiplicaron sin control y adquirieron la nacionalidad colombiana. Hoy en día, unos 200 ejemplares infestan las aguas de la cuenca del Magdalena y modelos matemáticos predicen que la población podría llegar a unos 1.500 en las próximas décadas, una verdadera plaga.
Después de años de encendidos debates y primeras planas en los periódicos nacionales, Susana Muhamad, la actual ministra del Ambiente, ha comisionado un estudio científico y ha presentado la estrategia gubernamental de control. De hecho, los hipopótamos de la cocaína ya son clasificados como una especie invasiva, ya que ocupan y alteran los ecosistemas naturales, compitiendo por alimentos y hábitats con especies locales como el capibara (Hydrochoerus hydrochaeris) o el manatí de río (Trichechus inunguis), afectando la composición de los sedimentos y las aguas del río con sus enormes tortas de excrementos, y devorando la vegetación local. Por estas mismas razones, en África también se les conoce como los “ingenieros del ecosistema”, ya que su presencia altera, cambia, destruye o mantiene un hábitat. Además, con sus enormes colmillos de hasta medio metro de tamaño, los machos pueden convertirse en animales sumamente agresivos cuando defienden sus territorios: más fuerte que la de un tiburón, su mordida ha causados más muertes humanas en el continente africano que la de los leones o cocodrilos.
La semana pasada, la estrategia oficial colombiana para controlar el herbívoro ha llenado las columnas científicas de prestigiosas revistas internacionales. Se proponen tres medidas: la esterilización, la extracción selectiva con eutanasia, y la exportación a zoológicos y santuarios de algunos países, como la India o México, que ya han hecho su pedido. El retorno a su lugar de origen, las tierras africanas, ni siquiera se ha considerado, por la pobreza genética de una familia de hipopótamos tan endogámica, la posibilidad de que incuben nuevos parásitos que afectarían a las manadas africanas, además del enorme costo de la operación.
El alivio de los conservacionistas, preocupados por la afectación a la megabiodiversidad colombiana, se ha enfrentado a los reproches de los animalistas, movilizados por la defensa a toda costa de la vida animal: un verdadero dolor de cabeza para la gestión ministerial que, además, debe enfrentar los enormes desafíos logísticos y financieros del control de esta especie invasiva, proporcionales al tamaño del animal.
Castrar a un hipopótamo no es una hazaña menor. No solo porque pesa varias toneladas —hasta 5— y vive la mayor parte del tiempo sumergido en el agua, sino porque tiene unos testículos escondidos que requieren habilidad y pericia para la castración quirúrgica. Adormecerlos con anestesia es otro desafío, por su piel espesa y su gran masa de grasa y músculos, mientras la castración química funciona de manera parcial. La esterilización de cada ejemplar puede demorar 8 horas y requiere de un equipo multidisciplinario experto, que incluye a veterinarios, operarios de maquinaria pesada y hasta la policía. Por otro lado, el sacrificio selectivo de animales es extremadamente impopular y enfrenta desafíos legales, mientras que el traslado a otros lugares cuesta una fortuna: se estima en unos 3.5 millones de dólares el transporte de solo 60 bestias a la India, el primer pedido de exportación.
Aun así, la comunidad científica colombiana se ha puesto de acuerdo y el Ministerio empezará con las tres medidas: ya se han castrado tres hipopótamos, y en 2024 se planifica esterilizar a unos 40 más. Pero estos individuos deberán ser confinados o exportados, pues devolverlos al campo permitirá que sigan infligiendo daños a los ecosistemas y amenazando a las comunidades, que ya han tenido encontronazos en autos o canoas dignos de Macondo.
El caso de los hipopótamos colombianos parecería una simpática anécdota, sino fuera por las fuertes repercusiones sobre la economía, la sociedad y la salud pública, un asunto que preocupa a las autoridades encargadas del control del tráfico de especies y de las especies invasivas del mundo. Después de las drogas, los productos falsificados y la trata de personas, la Oficina de Naciones Unidas contra el Crimen y las Drogas (UNODC) revela que el comercio ilegal de especies silvestres es el cuarto comercio más lucrativo del mundo, un tipo de crimen organizado que acarreas enormes costos económicos, además de sociales y ambientales. En Estados Unidos, por ejemplo, las pérdidas directas por especies invasoras junto a los costes de su control alcanzan los 137 billones de dólares anuales, mientras en Europa se invierten más de 12 billones de euro al año para su control.
En el Perú, aunque los impactos de las especies invasoras no han sido cuantificados con exactitud, un registro oficial señala que existen 134 especies exóticas invasoras de diferentes grupos animales, vegetales y de hongos, que llegaron al país por diversos medios, desde el accidental al espontáneo, hasta de forma premeditada o traídas por personas. Entre ellas se cuentan la liebre europea y el caracol africano, que ya están haciendo estragos en los cultivos y la vegetación natural. Nuestro país ya tiene el marco legal para actuar, con el Plan Nacional de Control de las Especies Invasoras 2022-2026, la Estrategia Nacional de Control del Tráfico Ilegal de Especies 2021-2027 y la reciente inclusión del delito de tráfico ilegal de especies en los alcances de la Ley Contra el Crimen Organizado.
Con estos instrumentos, ojalá que no tengamos que enfrentarnos nunca a una invasión de hipopótamos, aunque sí enfrentemos la megalomanía de ciertos especímenes humanos.
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