Un vuelo al pasado para entender mejor estos tiempos de gugleo
La semana pasada visité unos colegios al sur de mi ciudad, en un enclave agrícola entre los Andes y el mar. De ellos, uno en particular se me quedó grabado. Llegué a él luego de que mi vista fuera arrullada durante un buen trecho por unos maizales, cuando el auto me depositó ante su construcción centenaria de techos altos. Antes de ser llevado a mi encuentro con los niños fui invitado a esperar en la antesala de la dirección y allí me topé con un modesto librero de caoba que, despertándome mucha emoción, me remitió a las lecturas de mi infancia. Ahí estaba la colección de Ariel Juvenil que el papá de mi amigo Kike había dispuesto en su escritorio y —oh, maravilla— una enciclopedia Sopena idéntica a la que consultaba al azar cada vez que íbamos de visita a la casa de un tío querido.
Tras el golpe de nostalgia, llegó la reflexión. La primera es la más obvia. Comparado con alguien de mi niñez, un chico de hoy gasta muchas menos calorías para encontrar información. Ahora mismo, evocando mis pesquisas, me veo trasladándome físicamente a un lugar con alguna enciclopedia —en mi casa solo había un Pequeño Larousse Ilustrado—, deteniéndome luego ante la muralla de lomos, buscando la letra correspondiente al concepto que me interesaba, tensando los músculos mientras extraía el pesado volumen para, finalmente, recorrer las entradas en un relampagueante descarte alfabético hasta dar con el resultado.
Si es verdad que valoramos más lo que más nos cuesta, aquel despliegue motriz y mental quizá haya hecho más memorable lo que mi generación encontraba. ¿Será posible que la abundancia de información que hoy aparece con solo escribir una palabra en Google haga que casi todo, a la larga, se convierta en ruido desechable? ¿Sabrán los niños de hoy buscar algo por orden alfabético? ¿Sabrán leer números romanos?
Luego, mis divagaciones se ramificaron.
Así como un niño de hoy usa esa enciclopedia con nitro que es Wikipedia sin cuestionarse demasiado su origen, ni yo ni mis amigos nos interesábamos en conocer el de las enciclopedias impresas. Pero, por supuesto, alguien tuvo que haberlas inventado; alguien tan brillante como obsesivo que, con su trabajo, legó a la humanidad un motor poderoso para transmitir conocimiento. En la antesala de aquel colegio recordé lo que se enseña en la secundaria sobre el periodo de la Ilustración en Francia y la formidable tarea de Diderot y D´Alembert para publicar la que hoy se considera como la primera enciclopedia moderna; es decir, ordenada alfabéticamente, con un director que coordina con un equipo de redactores —en su caso fueron 21 los colaboradores iniciales—, con artículos firmados, bibliografía de apoyo e ilustraciones. Pero, quizá influenciado por mi admiración a Mendeléyev, quien tuvo la audaz visión de ordenar todos los elementos del universo en lo que hoy conocemos como la tabla periódica, o tal vez porque Hollywood me estropeó el cerebro de joven y a veces caigo en la simplificación del héroe solitario, me propuse encontrar algún antecedente que hubiera inspirado a los insignes franceses y sí, poco antes de sentarme a escribir estas líneas terminé encontrando un equivalente. Su nombre es Ephraim Chambers. En 1728 —es decir, veintitrés años antes de la publicación del primer volumen de la Enciclopedia francesa— Chambers publicó su Cyclopedia, con el subtítulo de Diccionario Universal de Artes y Ciencias, que es considerada como la primera gran enciclopedia inglesa y con tal éxito que tuvo que ser traducida a varios idiomas. Antes de dedicarse a la laboriosa construcción de su artefacto de consulta, Chambers había trabajado como confeccionista de globos terráqueos a las órdenes de John Senex, un afamado explorador y cartógrafo de su tiempo, y me pregunto si esa cotidiana visión a escala de nuestro planeta no ayudó a alimentar su ambición totalizante. Cuando a la Cyclopedia de Chambers le llegó el turno de ser traducida en Francia, Denis Diderot aceptó el encargo, pero tuvo el acierto de usarla como punto de partida para hacer el proyecto colaborativo que hoy conocemos: la innovación, ya se sabe, no consiste en la imposible tarea de inventar algo de cero, sino en hacerle a lo que ya existe alguna modificación en un aspecto relevante. De hecho, y pinchándome yo mismo el globo no terráqueo, Ephraim Chambers no fue un iluminado solitario y tuvo que verse influenciado por publicaciones anteriores que también tenían aliento enciclopédico: dos siglos antes de su tiempo ya se usaba el término “enciclopedia” para designar a un conjunto de conocimientos, y en Bizancio, a principios del siglo XII, ya se consultaba la llamada Suda, una especie de enciclopedia histórica centrada en el Mediterráneo que traía la gran novedad del ordenamiento alfabético.
El mundo actual, tan interconectado por los hilos tecnológicos, hace más patente aún este espíritu colaborativo —o acumulativo— que siempre ha regido a los adelantos del conocimiento humano: las ciencias avanzan luego del consenso. No obstante, es la determinación individual de algunos espíritus con voluntad de hierro, como Linneo, Chambers, Humboldt o Mendeléyev, la que termina logrando inesperados atajos en la historia.
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Muy interesante, gracias por compartir. Recuerdo una investigación [1] en la que se reportaba que los más jóvenes (18 a 49 años) distinguían mejor las noticias objetivas de las opiniones que los adultos (50 a más) en los Estados Unidos. Leí en un blog, que una hipótesis que buscaba explicar este fenómeno era el cambio abrupto tecnológico que experimentaron los mayores cuando se pasó de la radio a la televisión como fuente de noticias. Esto, habría generado una confianza desmedida en la televisión y las imágenes que ahora acompañaban las narraciones. Expuesto lo anterior, me pregunto como nos habrá afectado el cambio de las enciclopedias físicas a Wikipedia, con respecto a nuestra percepción de la realidad y nuestra capacidad de discernir hechos de opiniones. Un documental interesante que elabora sobre la gestión y validación de Wikipedia fue producido por Deutsche Welle. [2]
[1] https://www.pewresearch.org/short-reads/2018/10/23/younger-americans-are-better-than-older-americans-at-telling-factual-news-statements-from-opinions/
[2] https://www.youtube.com/watch?v=x9mEPD00EvA