Un análisis de la crisis en el sector cultural durante la pandemia
Biografía corta: Sociólogo, especializado en política cultural. Actualmente es profesor y coordinador académico de la Diplomatura en Políticas y Gestión Pública con Enfoque Intercultural de la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas de la PUCP.
La pandemia les subió la fiebre a las desigualdades de las llamadas industrias culturales y creativas. Los resultados de diferentes estudios producidos durante los últimos dos años repiten el mismo diagnóstico: el colapso económico motivado por los estados de emergencia sanitaria y nacional derivados de la lucha contra la COVID-19 no afectó a todas las actividades, ocupaciones y grupos demográficos de la cultura por igual.
A nivel macroeconómico, la contracción del Valor Agregado Bruto (VAB) aportado por las actividades culturales y creativas fue mayor en aquellas que son más dependientes de la presencialidad para su productividad y consumo. Según la Evaluación del impacto del COVID-19 en las industrias culturales y creativas(2021), impulsada por cinco organismos multilaterales, en el 2020 la recesión redujo la economía del patrimonio, las artes escénicas, la formación y la música en 75%, 44%, 25% y 26%, respectivamente. Mientras tanto, la crisis generó una caída en el VAB de las actividades publicitarias, de diseño, editorial y audiovisual de solo 16%, 15%, 12% y 5%, respectivamente.
La información abarca solo a Argentina, Colombia, Costa Rica, Ecuador y México. No incluye países como el Perú debido a que no cuentan con sistemas de información con una ‘cuenta satélite para la cultura’, capaz de proporcionar cifras actuales. Sin embargo, por otras estadísticas referenciales puede llegarse a conclusiones similares sobre las intensas disparidades, no solo al comparar sectores sino al analizar cada uno por dentro. Por ejemplo, ADEX reportó que las exportaciones de artesanía tuvieron una caída del 91% en abril del 2020, pero también que entre enero y agosto del 2021 llegaron a sumar 24 millones 386.000 dólares, lo que expresa un crecimiento de 79,4% respecto al mismo periodo del 2020 (13 millones 590.000 dólares).
En contraste, la precaria economía del artesano promedio aún no logra recuperarse. Según la tesis de licenciatura de Laura Ortega, presentada en el 2022 ante la Universidad Nacional del Altiplano, el 67% de los artesanos de la asociación San José del puerto-muelle de la ciudad de Puno reconocieron tener como ingresos mensuales solo 200 soles en marzo del 2021, menos de la mitad de los que tuvieron en marzo del año anterior. La explotación comercial de la artesanía no beneficia a todos por igual y solo el puñado de exportadores afiliados a ADEX evidenciaría una clara resiliencia.
Empleo cultural: colapso desigual
El comportamiento del empleo cultural durante los tiempos de la COVID-19 también ha estado condicionado por la desigualdad. La Estimación de los efecto producidos por la pandemia en el empleo y los ingresos de las industrias culturales y creativas del Perú indica que en el segundo y tercer trimestre del 2020 seis de cada 10 personas ocupadas en cultura la dejaron para dedicarse a otras actividades. Sin embargo, la afectación y capacidad para recuperarse no fue homogénea entre ocupaciones y grupos poblacionales. El número de personas que abandonaron sus ocupaciones culturales en el 2020 fue mayor entre las mujeres, los trabajadores independientes y los ciudadanos que hablan lenguas diferentes al castellano.
La pérdida de empleos no solo fue registrada en la Encuesta Nacional de Hogares, fuente de la estimación citada. También tuvo una clara manifestación en la solicitud de subvenciones económicas al Ministerio de Cultura. De los 5.920 mil proyectos que recibieron financiamiento de los estímulos y apoyos económicos dirigidos a personas naturales y jurídicas afectadas por la pandemia, el 74% fue presentado por trabajadores de las artes escénicas, artes visuales y, especialmente, la música, que sumó el 41% de ese total.
Detrás de este resultado no solo está el peso de los músicos y los artesanos en el mercado laboral de la cultura, sino la precariedad en la que suelen desenvolverse. Los puestos de trabajo que poseen tienden a ser mayoritariamente independientes y, por lo mismo, carentes de protecciones sociales como los seguros de salud o jubilación. Los chiveros de la cumbia, por citar un caso, suelen ganar por concierto realizado. Por eso los confinamientos y restricciones a la aglomeración de personas motivaron que quedasen en el desamparo. En cambio, cineastas y escritores comúnmente cuentan con empleos formales y una segunda ocupación (enseñanza universitaria, publicidad) que les permite diversificar sus ingresos. Esa podría ser una explicación de que solo el 3 % y 4% de quienes recibieron apoyos económicos hayan provenido de la industria editorial y audiovisual.
La precariedad de los trabajadores de las artes escénicas, artes visuales y la música no solo es una característica del mercado laboral peruano. En el Reino Unido, un programa nacional de investigaciónliderado por el Centre for Cultural Value encontró que esas tres actividades fueron las más afectadas por la pérdida de empleo, registrándose una caída de hasta el 30% durante los primeros seis meses de la pandemia. Además, los trabajadores de esos tres sectores no llegaron a recuperar el número de horas trabajadas por semana antes del 2020, a diferencia de lo sucedido entre los trabajadores culturales de la industria editorial, la publicidad, la industria audiovisual (cine, TV, radio) y el sector de los museos, las galerías y las bibliotecas.
El consumo cultural: los públicos divididos
La experiencia vivida en el empleo cultural tiene su réplica en el consumo. Según los datos recabados por la Encuesta Nacional de Programas Estratégicos (Enapres), la pandemia aceleró la migración del comercio cultural a Internet. Si en el 2018 solo el 26% de los peruanos accedieron a películas a través de descargas por Internet o servicios por streaming, esa cifra se disparó hasta el 46,1% en el 2020. A la vez, la cantidad de personas que reconocieron adquirir películas u otros contenidos audiovisuales por unidades ópticas (DVD, Blu-Ray, etc.) disminuyó de 39% en el 2016 a solo el 18% en el 2020. Los DVD piratas han sido reemplazados por algoritmos y enlaces. En palabras del escritor y crítico cultural español Jorge Carrión, “un virus biológico nos está hundiendo en la virtualidad”.
El traslado de las actividades culturales a Internet y, en general, los patrones de consumo cultural desarrollados a lo largo de la pandemia, no han sido homogéneos entre todos los grupos sociodemográficos. La diferencia entre la proporción de jóvenes y adultos mayores que indicaron haber adquirido al menos un servicio cultural durante el 2020 tuvo un incremento de 5% en comparación al 2018. Es decir, los mayores de 65 años dejaron de participar en la vida cultural con mayor intensidad que las personas de 18 a 29 años. Los nativos digitales pudieron navegar mejor en las mareas de la cultura durante los meses de presencialidad restringida.
La tendencia es incluso mayor según el nivel educativo de los consumidores de servicios culturales. Entre el 2018 y el 2020 la brecha entre los que tienen posgrado y solo primaria creció en 10%. En el 2018, mientras que el 92% de los que tenían posgrado señalaron haber adquirido aunque sea un servicio cultural, lo mismo sucedió con el 49,5% de los que no registraban ningún nivel educativo. En el 2020 las distancias fueron de 87% para los más instruidos y 35% para los menos. En otras palabras, los que más dejaron de asistir a conciertos o ferias de libro fueron aquellos que han tenido menores oportunidades para desarrollar sus capacidades a través de la educación.
La desigualdad en el centro de la cultura
El coronavirus asfixió economías… pero no a todas por igual. En la cultural, las más afectadas han sido las actividades que dependen de la presencialidad para su desarrollo, como las artes escénicas y visuales, la música y el patrimonio. Mientras que no podían realizarse obras de teatro o conciertos, en las casas el consumo de videojuegos aumentó tanto a nivel local (de 11,9 en el 2016 a 16,1% de la población total en el 2020) como a nivel mundial (donde creció en 65%).
La crisis económica de los últimos dos años no se ha sentido de la misma manera en el conjunto de industrias culturales y creativas. Tampoco en su mercado laboral y de consumo. La pandemia ha reproducido o incrementado las desigualdades propias de la cultura. Leer, hacer películas, escuchar música o proteger el patrimonio expande las capacidades de los ciudadanos y tienen efectos positivos multidimensionales en las sociedades, pero no todos se dedican a esas actividades bajo las mismas condiciones.
La tendencia general es que los hombres blancos, heterosexuales, de niveles socioeconómicos altos o medios y sin restricciones en sus capacidades, normalmente poseen mayores oportunidades e influencia en la fuerza de trabajo, las representaciones y la demanda cultural. “La cultura refleja las inequidades, las inequidades reflejan la cultura”, como dicen los investigadores Orian Brook, Dave O’Brien y Mark Tylor (2020). Esta tendría que ser la premisa para impulsar políticas culturales. Las desigualdades no podrán corregirse sin ponerlas en el centro de la discusión pública y las intervenciones del Estado.