Ese salto de la ficción a la realidad


Cuando los escritores de narrativa dejan de mentirnos por un rato


Los escritores de ficción nos proponen un pacto en sus relatos. Las reglas de la realidad pueden ser suspendidas o alteradas, siendo relevante lo que resulta verosímil más que verdadero. Al adentrarnos en sus historias aceptamos este acuerdo y nos permitimos explorar situaciones y mundos que, aunque ficticios, enriquecen nuestra percepción y experiencia. Este pacto se convierte en una ventana a lo ilimitado y con un cristal aumentado por la imaginación del autor y la nuestra.

Sin embargo, hay un fenómeno interesante al que quisiera prestarle atención hoy: cuando los escritores dejan por completo de lado el pacto ficcional y se adentran en la realidad. O, para usar un término más cercano a ellos, se adentran en la no ficción. Me refiero a los escritores de literatura que incursionan con regularidad como columnistas de opinión.

Ejemplos en Iberoamérica hay muchos. Empecemos recordando a dos de los principales exponentes del Boom Latinoamericano: García Márquez y Vargas Llosa.

El académico colombiano Jorge Iván Cuervo destacó en un texto la faceta de Gabriel García Márquez como columnista, recordando que el nobel de Literatura inició su carrera periodística a los 21 años y ayudó a elevar la columna de opinión a la categoría de género literario. Para Cuervo, el ejemplo de García Márquez nos recuerda algo clave: “Para ser buen columnista no basta con tener una opinión sobre algo, también es necesario escribir bien”.

El ejemplo de Mario Vargas Llosa es más cercano. Si bien ya escribía columnas de opinión desde antes, es reconocido por Piedra de Toque, columna quincenal que mantuvo en el diario El País —reproducido por diarios en todo el mundo— durante treinta y tres años.  En su columna de despedida como articulista en diciembre pasado, Vargas Llosa señaló: “Aquí, en mi Piedra de Toque, he opinado sobre todas las cosas que me favorecían o perjudicaban, siempre de buena fe, coincidiera o discrepara con la línea del periódico. En muchas cosas he sido consistente a lo largo de las décadas y en otras he ido variando mi manera de pensar. Y quizá ese es el mérito de las columnas que duran tantos años: transparentar el debate que un columnista tiene consigo mismo a lo largo del tiempo cuando se esfuerza por acercar sus ideas a la realidad, que es siempre cambiante en función del contexto”.

En la actualidad, son varios los escritores peruanos con columnas de opinión recurrentes. Para no ir muy lejos, podemos empezar señalando que aquí, en Jugo.pe, cada sábado pueden leer a Gustavo Rodríguez, nuestro premio Alfaguara de Novela 2023 e impulsor de este espacio. En palabras de Gustavo: “La comunidad que se ha formado alrededor de Jugo es maravillosa. Podría apostar que usted, que me lee —o escucha—, tiene las mismas ganas de aprender que nosotros, y que también lucha para no caer en el insulto cuando se trata de defender posturas científicas, democráticas, económicas y artísticas”.

Gustavo no es el único que se aleja temporalmente de la ficción cada semana. Alonso Cueto nos acompaña cada domingo en El Dominical de El Comercio, con una columna titulada La guardia del viento. Allí, si bien el foco suele estar en libros y lecturas, Cueto escribe con bastante amplitud de temas que llaman su atención. Están también Renato Cisneros en la revista Somos y Juan Manuel Robles en Hildebrandt en sus Trece

Justamente sobre este formato, Robles escribió: “La columna expone argumentos, pero también encanta con el lenguaje, juega con escenarios hipotéticos, usa la ironía y desbarata con gracia lugares comunes del pensamiento. Allí es donde debe aparecer el escritor —o aprendiz— que imagina golpes y afila su espada (siempre elegante)”.

Continuemos con la lista. Antes en La República tuvimos a Gabriela Wiener, Rocío Silva Santisteban y Raúl Tola. Los escritores colombianos Héctor Abad y Piedad Bonnet están en El Espectador y Sara Jaramillo en El Colombiano, los escritores españoles Rosa Montero y Arturo Pérez Reverte en El País y ABCrespectivamente; el escritor mexicano Juan Villoro en Reforma, por mencionar algunos más.

Hay sin duda un despliegue de creatividad en la forma cómo se escribe un texto de no ficción, pero no deja de ser un registro distinto al de una obra literaria, pues el insumo principal es la realidad (o lo que se percibe como tal). Es interesante preguntarnos cuánto de este ejercicio de reflexión semanal sobre la realidad y sus vicisitudes al que se someten los escritores termina influyendo en sus textos de ficción. Uno lee los artículos de Gabriela Wiener de hace algunos años, por ejemplo, y puede notar cómo se va fermentando el tono y la energía que uno siente en su obra magistral Huaco Retrato. La semana pasada, Rosa Montero escribió un estupendo y sobrecogedor artículo sobre el horror del tráfico de personas y su inserción en los procesos comerciales del primer mundo, ¿será una problemática que aparezca en una futura novela o que despierte otras sensibilidades?

Le hice la consulta a Gustavo Rodríguez sobre cómo veía la relación entre ambos oficios y si sentía que su labor de columnista influenciaba la de escritor de ficción. Me respondió: “Creo que todo lo que escribes fuera de la ficción termina impactando después en lo que escribes como ficción. Primero, de la forma más obvia: ejercitando la prosa. Y luego, ensayando reflexiones que después, probablemente, permeen en tu ficción de una manera más plástica”.

Sea cual fuere el caso, es genial tener la oportunidad de leer a escritores de literatura que seguimos en otras facetas. A través de estas incursiones en la no ficción, apreciamos cómo articulan sus ideas sobre el mundo real, brindándonos una visión más amplia de quiénes son como intelectuales y cómo esto se refleja en sus obras literarias. Y así, casi sin darnos cuenta, nuestra relación ya no se basa solo en las mentiras que con tanto esfuerzo nos cuentan y que tanto disfrutamos.


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