Encadenados a la boda del año


Las preguntas que hay que hacerse antes de escenificar el pasado


Esta última semana la polémica en las redes peruanas estuvo dominada por las reacciones al pasacalles que fue parte de las nupcias de Belén Barnechea en Trujillo el pasado 9 de abril.

Al salir de la iglesia, los novios y su comitiva caminaron por un jirón peatonal que los llevó hasta el lugar de la recepción. En el camino hubo escenificaciones del baile de la soga moche, donde los guerreros derrotados iban atados por el cuello alrededor de un sacerdote, en lo que se piensa que era un ritual antes de su sacrificio. En otro momento, mujeres indígenas con ropajes del pasado hacían labores domésticas y agrícolas en el suelo, mientras otras lanzaban flores.

Estas representaciones se hicieron en la vía pública, en presencia de los transeúntes, algunos de los cuales decidieron grabar y publicar dichas imágenes. La controversia no se hizo esperar y las redes ardieron. También aparecieron artículos y reportajes críticos en diarios peruanos e iberoamericanos y, ante tal avalancha de apreciaciones, la misma Belén Barnechea  —conocida repostera en España e hija del excandidato peruano Alfredo Barnechea— dio su descargo en un post público en Facebook, acompañado de una foto suya en ropa de baño en una embarcación con fondo marino. La novia explicó que había decidido organizar ese espectáculo para representar a la cultura Moche, debido a la conexión personal que siente con dicha civilización porque su abuelo, Guillermo Ganoza Vargas,  —en su momento apodado “el Gran Chimu”— fue un actor decisivo en la conservación y excavación tanto de Chan Chan, como de las Huacas del Sol y de la Luna. Su intención, dice ella, era “poner en valor la riquísima cultura Moche y Chimú que desde Trujillo y el Perú queremos seguir mostrando al mundo” y añadió “que le entristece muchísimo que se esté politizando la situación” y “que se esté utilizando como cortina de humo para tapar los graves problemas estructurales y las huelgas en las que está hoy nuestro queridísimo país”.

¿Pero qué fue lo que indignó a tantos? ¿Por qué la reacción ha sido tan virulenta? 

Lo primero que se me ocurre es que los novios organizaron una representación en la vía pública que no se puede considerar como una costumbre muy extendida en el Perú. Un espectáculo, además, que no fue creado para ser apreciado por la ciudadanía, sino como comparsa de una celebración privada.

En segundo lugar, la novia es hija de un personaje político y público y, como tal, no se puede librar del juicio generalizado. Si bien su vida y la boda son suyas, su comportamiento iba a ser escudriñado. Pero no solo es que su padre sea conocido públicamente, sino que se le asocia con comportamientos elitistas —se recordará su apodo de “el virrey”— y es célebre aquella reacción suya de no aceptar un chicharrón en el puesto de un mercado que, sobredimensionada debido a su reputación, probablemente le haya costado la elección presidencial en la que participó.

Pero quizá lo que más haya indignado a los usuarios de las redes fue la lectura que se hizo del episodio. La danza de la soga es prehispánica, por supuesto, pero muestra a hombres atados por el cuello, a guerreros derrotados, pero también a hombres esclavizados camino al cadalso. Las mujeres indígenas que llevaban a cabo trabajos milenarios pudieron conformar una estampa interesante en otro contexto, pero ¿era necesaria para acompañar una boda? Se trata, por decir lo menos, de un despliegue poco sutil en una sociedad donde las diferencias de clase y raza pesan tanto,  y donde quien decidió usar esas representaciones en la vía pública no es, precisamente, descendiente de los antiguos pueblos moche o chimú.

Mencionar en los descargos que la reacción pública es una cortina de humo significa no darse cuenta de dónde está el problema. No entender por qué puede herir sensibilidades un espectáculo nupcial como ese, en el que la hija de una pareja de élite blanca se une con un descendiente de nobles españoles, escenificando estampas de crueldad y trabajo llano prehispánico, es una prueba irrefutable de una desconexión con el país y de lo problemático que es encontrar un camino que nos lleve a entenderlo.

¿Qué significa escenificar el pasado? ¿Quién tiene derecho a apropiarse de él para sentirse representado y en qué contexto se da esta representación? 

De haberse hecho estas preguntas, la novia habría podido optar por convocar a bailarines de marinera que engalanaran el camino: su abuelo fue, al fin y al cabo, el creador del Concurso Nacional de la Marinera. 

Y se hubiera ahorrado un mal rato.

3 comentarios

  1. Miguel A Guerrero

    Caramba, ¿combatiendo el racismo con doble ración de racismo? O sea, Natalia, la novia no tiene la sangre y alcurnias necesarias para exhibir la cultura de su tierra. ¿Qué carajo tiene que ver su padre, el que se cree “El Virrey” según tú, en todo esto? Dejen en paz a la chica, quien quería hacer una gracia y le salió una morisqueta.

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