Una confesión y homenaje a la responsable de nuestra primera serie en Netflix
Eduardo Adrianzén es dramaturgo y guionista y nos comparte este gran testimonio sobre su hermana, a propósito de la serie que crearon juntxs.
El término showrunner todavía no es popular en nuestra comarca, pero en el lenguaje audiovisual significa “persona que crea y desarrolla un espectáculo”. Es decir, se trata de quien gesta la idea, escribe y define los conceptos, produce el rodaje, supervisa la edición y los acabados y, en fin, convierte un montón de sueños que solo existían en papel en algo filmado y real que pueda ser visto por el mundo. Es “el padre” de todo lo que vemos en las historias para televisión. Pero en el caso de El Último Bastión, la primera serie peruana que hoy podemos ver en Netflix, no se trata de un padre, sino de una madre: mi hermana menor María Luisa Adrianzén, mi indiscutible jefa, temible productora, abeja reina, reina amazona y la líder de 120 personas durante un rodaje que duró 5 meses –6 días por semana–, con otros tantos de pre y postproducción.
¿Cómo así una bebé cachetona, a quien conozco desde sus patadas en la panza materna y a quien vi llegar al mundo –le llevo siete años–, se convirtió en un tractor que podría sacar adelante la segunda parte de Titanic si se lo propusieran? Verla comandar a un ejército de profesionales, mayormente hombres, sin despeinarse ni perder una de sus pulseras de gitana, podría parecerle raro a quienes la conocieron cuando era una de las chicas sexys de Comunicaciones en la Universidad de Lima y la modelo favorita del entonces jovencísimo diseñador de modas Pepe Corzo, hoy director de arte internacional y su amigo desde entonces. Quizá, en aquel tiempo, pocos sabían que María Luisa leía veinte libros por semana y que era mil veces más culta que todos los humanos de su edad que yo conocía. A los 18 años podía resumir libros de 300 páginas en un par de horas e investigar cualquier materia consultando N bibliotecas en el mundo preinternet. Y a los 21, para terror de nuestros padres, se mudó a Cajamarca para hacer el trabajo de campo de su tesis –El significado de los colores textiles en el mundo andino, o algo así– y tenía que esconderse bajo las vacas cuando en la comunidad campesina donde se alojó entraban senderistas, ronderos, o soldados. “Dormía con mi navaja suiza debajo del colchón” nos contó al volver, muy fresh, para chucaque de la familia, aunque en menor medida para mí: yo solo decía “oh, qué loca eres”, extrañamente seguro de que nada grave podía ocurrirle, sin duda para bloquear la ansiedad si lo pensaba demasiado, lo cual me recuerda a una época posterior en la que trabajó en CEDRO y nos decía “anoche fuimos a censar pirañitas”, como quien cuenta “me fui a una disco mostra”. Obviamente, también iba a las discos de ultramoda de fines de los 80, con la misma naturalidad con la que en las madrugadas buscaba niños terokaleros en la Plaza San Martín. Y, todo esto, antes de cumplir los 22.
A causa de la perniciosa, pésima influencia de su hermano mayor, ingresó a trabajar en la TV comercial y, pasito a paso, a medida que ganaba experiencia, empezó a volverse mi implacable jefa en varios proyectos. El primero ocurrió en 1996 –un telefilme educativo– y mucho después, el 2005, en una serie de unitarios. Los siguientes quince años nos juntamos de vez en cuando, mientras cada uno cimentaba su camino en otros grupos de trabajo, y como dupla creativa fuimos sumando una decena de productos, entre miniseries, series y similares formatos de ficción, mientras que –la expresión aún no se usaba– ella se convertía en una showrunner con una impresionante capacidad para dar órdenes sin que uno se diera mucha cuenta. Donde sea que hayan aparecido juntos nuestros créditos, la idea siempre se le ocurrió a ella primero.
Naturalmente El Último Bastión no es la excepción.
La historia, la estructura y los personajes son autoría de ambos: no existe línea que no haya pasado por su aprobación. Ni locación –“no podemos grabar ahí”–, ni el número de figurantes –“¡No nos alcanza el presupuesto!”–, ni el menor detalle. Creatividad que busca lo factible. Organización para solucionar lo inesperado. Presupuesto austero, pero administrado con una magia que ni Hechizada, para que la serie se vea dignamente producida. Diablos: mi hermana debió ser David O. Selznick, y apuesto que Lo que el viento se llevó habría costado la tercera parte y quedado exactamente igual de buena. El dorado Hollywood se perdió una matriarca productora. Eso sí: aunque para lo importante seamos casi-casi las mentes gemelas, siempre ha habido algún momento en el que nos hemos querido ahorcar. Es normal, supongo. E igual, ella siempre gana.
En fin: le agradezco a Jugo de Caigua esta invitación para resarcir en algo una injusticia. María Luisa Adrianzén siempre permite que su hermano mayor se robe el foco de atención, solo por ser siete años más viejo y parlanchín, y eso está muy mal. Ahora usted sabe que la primera serie de TV peruana que llegó a la plataforma líder de streaming existió primero en su cabeza. Es gracioso recordar que en sus primeros meses de nacida, yo ayudaba a hervir sus pañales de tela, esos blancos con bordecito rojo, en una batea más grande que yo, y que ahora la serie que ella concibió está alcanzado su hervor en la audiencia de Netflix.
Y con esto termino, porque hace un rato me ha llamado para empezar a trabajar.
Me reñirá si me demoro, pero estoy seguro de que me perdonará cuando lea este texto.
Eduardo, un agradecimiento para ti y sobre todo para María Luisa, por la gran producción que nos han dado. Valoro mucho los textos, el drama, los grandes temas «actuales» que presentan, en fin todo. Es una serie que estoy disfrutando mucho ver. En verdad ¡Muchas Gracias!
Eduardo cuando vi la serie en canal 7 me sentía orgullosa que esto se podía hacer en la televisión peruana. Me alegro mucho que esté en Netflix ! Y son los dos Adrianzén unos tromes !!
Excelente texto y más excelente la serie que han creado, la historia de los personajes, los vestuarios, las escenografías, la minuciosa investigación histórica que han debido realizar.
Les confieso que yo no soy peruana, pero si vivo en Perú hace años y me he interesado mucho por su historia, su serie me ha ayudado a conocer muchos más aspectos de esa época, espero hayan más temporadas, para poder seguir aprendiendo de las vivencias de Paco y Catalina.
Excelente historia,conozco a Msyu como una hermana por otros lados y sin embargo me sorprendo de leer su historia,el mundo de las comunicaciones en el Perú sería otro con una dupla más como ustedes , los abrazo
Lindo perfil de tu hermana, Eduardo, que se revela en esta producción tan perinente. Han pensado en hacer una serie similar sobre la gesta de Túpac Amaru?? Los territorios de Sangarara y de Tungasuca, están esperándolos y el personaje es de gran interés en Latinoamérica.
Ambos saben su arte. Salu2 a MaLu.
Me encantó este extracto. Saber mas de los creadores de la serie (que vi completa en TVPerú) me anima a pensar que tendremos mas producciones de esta dupla. Son unos genios. Felicitaciones y éxitos en Netflix.
«Creatividad que busca lo factible», me quedo con esa frase sobre nuestra Mayu. En estos años, trabajar con ella y contigo en TVPerú han sido de apredizaje pleno. Gracias por eso y por todo lo que está por venir