El Rubiales que todos llevamos adentro 


Una mirada desde el fútbol a la incertidumbre masculina


Renato Velásquez Peláez es socio en GVO Abogados y miembro del consejo directivo de Presente ONG. Activista por los derechos humanos, tiene más de 8 años de experiencia brindando asesoría legal laboral, corporativa, financiera y de derechos humanos en empresas con enfoque de diversidad, equidad e inclusión (DEI). Becario de la Organización de Estados Americanos en su Programa de Liderazgo en Inclusión Social y Acceso a Derechos. En 2020 fue reconocido como futuro líder en diversidad e inclusión en Latinoamérica por el directorio legal internacional Chambers & Partners.


Algunos aplausos fueron tímidos, pero los hubo también entusiastas. Lo que sí no hubo fue alguna voz disidente como respuesta a la frase “no dimitiré”, proferida cinco veces —con énfasis in crescendo— por el hoy suspendido presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), Luis Rubiales, en una conferencia de prensa organizada con motivo de la denuncia y el escándalo público luego del beso no consentido que le plantara en los labios a la jugadora Jennifer Hermoso luego de que ella y las demás integrantes de la selección femenina de fútbol española lograran el campeonato mundial. 

La fiscalía española ya está investigando los hechos, a los que incluso se ha sumado una denuncia ante la UEFA contra el gobierno español por intervencionismo. Mejor dicho, un tremendo escándalo… pero no dejo de pensar en los aplausos, esos aplausos fundados en la clásica complicidad de la masculinidad hegemónica. Una forma de vivir que implica una posición dominante masculina y la subordinación de las mujeres y de cualquier otra vivencia. En ella, prima el modelo masculino del varón fuerte, independiente, autónomo, activo y productivo, cisgénero, heterosexual y conquistador y, a nivel familiar, proveedor, con control sobre sus emociones. Un modelo que además permite, desde la masculinidad aprendida, tener la confianza suficiente como para postular a posiciones para las que no necesariamente se está apto, hacer bromas sobre el cuerpo, lo femenina o masculina que resulta una persona, ocupar espacios públicos con mayor facilidad, referirse a la diversidad sexual y de género con desprecio e impunidad, y muchos otros ejemplos provenientes de la idea aprendida de lo que significa ser hombre, con factores de raza y clase incluidos. 

Esos aplausos me recordaron algo más: la estrella protectora del machismo es la regla implícita del pacto de caballeros, que encubre la violencia propia y hace caso omiso a la ejercida por familiares, amigos, colegas, jefes y demás, por evidentes que sean. La agresión no consentida a Jennifer Hermoso es una, explícita y pública, entre millones de agresiones diarias en distintos niveles de intensidad y en todos los ámbitos sociales en los que, para brillar más, esta estrella machista usa su fija: quien denuncia la violencia tiene la culpa. Lo consintió, aunque diga lo contrario. Se lo buscó, no se cuidó. Se puso en un pedestal. No se lo tomó bien en ese momento. Exagera. No aguanta bromas. Debería estar agradecida… ya me siguen. 

Esos aplausos y sus cimientos tienen presencia en otros espacios, aunque de maneras diferentes. De forma cada vez más seguida escucho comentarios de trabajadores en términos de “ya no se puede hacer nada sin que sea acoso”, “ahora todo es hostigamiento sexual, ya no se puede bromear, ni invitar un café” o “están pidiendo derechos especiales”. 

Esta situación es una de las muchas caras de la latente incertidumbre, por lo general masculina, sobre las formas adecuadas para relacionarse con otras personas en el contexto actual proderechos. Los logros de la lucha feminista nos trajeron también consciencia colectiva de prevención y reacción a la violencia de género en cualquiera de sus formas, con mecanismos de denuncia y voces potentes, tan in crescendo como el “no dimitiré” quíntuple de Rubiales. Las reglas del juego cambiaron y, como ocurre con todo cambio, genera incertidumbre.  

Los roles bajo los cuales se encasilló y juzgó a los hombres son, poco a poco, menos valorados. Sin embargo, como cualquier proceso social, tiene resistencia. El entusiasta séquito aplaudidor de Rubiales representa a un sector no menor de la masculinidad que, aunque proclame a los cuatro vientos profesionales y públicos su compromiso con la equidad, mantiene su complicidad y rol de espectador ante la violencia transmitida en vivo y en directo, justificándola con la espontaneidad y euforia propias de un triunfo y haciendo referencia a roles paternales. 

Según mi experiencia, es bastante común el argumento del rol paternal como descargo cuando se trata de un acusado de hostigamiento sexual en el trabajo. “No hostigué, la veo como a una hija”. Sobre esto, conviene señalar dos cosas: (1) usando el caso como ejemplo, habría que preguntarnos cómo nos sentiríamos si a nuestra hija el dueño de la empresa, su jefe jerárquico, le plantara un beso sin su permiso porque es su forma espontánea de expresar euforia; y (2) en el Perú, ver a una mujer como a una hija para justificar una conducta como no sexual no es certeza de nada: en el 2020, el 51 % de los agresores sexuales de niñas y adolescentes víctimas de violencia sexual pertenecían al entorno familiar (papá, tío, padrastro, primo, hermano y abuelo) y en el 59.4 % de los casos la agresión sexual ocurrió más de una vez.

Por suerte, existe también un creciente sector social que ya está en un largo proceso de nuevo aprendizaje sobre las masculinidades, en el que toca también mirar hacia adentro e identificar nuestras propias conductas machistas y violentas. Sin embargo, siento que estamos lejos de un compromiso genuino y público con referentes que no solo busquen el mensaje políticamente correcto de las “nuevas masculinidades”, sino que renuncien al pacto de caballeros y empiecen a poner freno a la violencia del día a día, esa que se da en los chats entre amigos o familiares con fotos y videos, en los espacios públicos y espacios de trabajo; esa violencia que legitima que en el ámbito futbolístico nacional todavía tengamos cánticos que enaltecen llamar despectivamente a alguien maricón. 

Luego de la catarsis en los párrafos anteriores, encuentro que lo que realmente me movió de los aplausos referidos no solo fue que respaldaran el mensaje de Rubiales, sino que incluso en espacios concebidos para el protagonismo femenino, la masculinidad hegemónica se inmiscuya. Le gusta el show y parece no soportar no estar bajo los reflectores. El escándalo ocupó el espacio de la proeza deportiva y la habilidad de las campeonas y contrincantes, quienes son referentes en la cultura deportiva de tantos jóvenes. La influencia de entrenadores y autoridades en el ámbito deportivo es parte de su desarrollo. El mensaje implícito de que se les puede tocar o besar sin su consentimiento, incluso en lo más alto del podio, es peligroso.

En otras palabras, ¿cómo hacemos para desmontar el Rubiales que cada quien lleva adentro?


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2 comentarios

  1. Jorge Iván Pérez Silva

    Gracias a artículos inteligentes como este, cada día (aunque sea poquito a poquito) habrá menos aplausos cómplices.

    • Renato Velásquez Peláez

      ¡Muchas gracias, Jorge!

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