A la tanta vida y la memoria de Osvaldo Cattone
Wendy Vásquez nos comparte unas hermosas líneas sobre Osvaldo Cattone, el productor, director y actor que marcó un hito en el teatro peruano y que acaba de fallecer.
Conocí a Osvaldo una noche de verano del 2017, en casa de Juan Carlos Fisher. Era la primera lectura de El padre. Desde ese día, hasta hoy que supe de su muerte, ha corrido entre los dos un larguísimo río de sensaciones, de encuentros, de conversaciones honestas como puntas de lanza, de consejos, de temores regurgitando en la garganta y confesados entre vinos, de segundas oportunidades, de amor hondo y generoso, de grandes lecciones.
Era el actor, director y productor más exitoso del Perú. Argentino, pero incuestionablemente peruano. El más apasionado. El que había fundado y levantado un gran teatro, y trabajado y dado trabajo a tantos otros durante 45 años, ininterrumpidamente. Y lo había hecho con alegría, cada uno de esos días.
Había desarrollado la mejor habilidad de los seres humanos: la de disfrutar cada cosa que hacía. Si regaba el jardín, su corazón se inflaba de alegría por estar dándole vida a esas plantas. Solo comía lo que su cuerpo le pedía y lo hacía con absoluto placer. Nadaba y tomaba sol. Hacía una siesta si lo necesitaba y te invitaba un vino, siempre.
La última vez que lo vi fue en el último ensayo que tuvimos de El rey se muere, cuyo estreno en su Marsano fue interrumpido por la pandemia, cuando esta solo parecía un susto exagerado que nos separaría apenas un par de semanas. En ese último ensayo, Osvaldo le pidió al director aprovechar el descanso para armar la escenografía y así retomar en pocos días ya listos para estrenar. Siempre soñó con hacer esa obra, solo rogaba estrenarla “antes de morir”, como si algo en él, en un rincón lejano de su optimismo sin límites, hubiera sabido siempre que no lo haría.
Osvaldo era siempre el primer actor del elenco en saber su letra perfectamente. El más puntual. El que bailaba con más ánimo, y proponía, además, las coreografías. El que jugaba y reía, el que te subía el cierre del vestido y te ayudaba a peinarte. El que daba consejos que no habías pedido y, al hacerlo, te hacía descubrir cuánto los necesitabas (consejos sobre tus textos y sobre tu vida). El que miraba de verdad, el que hablaba sin filtros —alto y claro—, el que escribía cartas, el que regalaba queso.
En nuestros primeros encuentros nos miramos ambos con temor. Ambos con prejuicios, ambos con expectativas, ambos con defensas. Él salía del Marsano por primera vez, un teatro que se había caracterizado por ofrecer “entretenimiento” y por vender la totalidad de sus butacas, hechos que habían generado recelo y crítica de los teatristas que, sobre todo, se veían a sí mismos como serios o intelectuales. El Marsano había logrado cautivar a un público que, en su mayoría, no asistía a otras salas. Cattone era un artista y un empresario, y manejaba un modelo de producción claro y exitoso. Esa combinación no era algo que nos habían enseñado como posible a los que, estúpidamente, nos sentíamos del otro lado.
Osvaldo fue muy valiente, muy generoso, muy inteligente. Aceptó el reto, a sus 84 años, de salir de su espacio seguro, de su Marsano, y mirar de frente y con orgullo a ese otro teatro, al que consideraba puro, respetable. Trepó sobre su miedo y se paró firme en esa linea que nos había dividido —tácita, pero innegablemente— durante tantos años. Y al pararse ahí, la borró con humildad, con honestidad, con agradecimiento. Por primera vez en un escenario ajeno protagonizó una obra tremendamente exigente y retadora, y miles de personas lo aplaudieron de pie, larguísimo tiempo, función tras función. Nunca antes se habían agotado las entradas meses antes del final de una temporada. Nunca antes tantos ojos salieron hinchados de emoción al terminar la función. Nunca antes tembló así el público, como una masa informe y amalgamada. Osvaldo conquistó a todos. Nos enamoró a todos.
Pienso que su vida y su obra han sido fundamentales para reconocer cosas que hoy parecen evidentes, pero que antes no lo fueron: que solo hay un teatro; que el éxito comercial es necesario para que exista una industria y para que los teatristas no tengan que multiplicar sus horas de trabajo en actividades que no disfrutan pero que necesitan para pagar sus cuentas; que cualquier discusión que pretenda dividirnos es inútil, infértil y autodestructiva.
A pocos días del estreno de El rey se muere, la pandemia lo recluyó en su casa. Le prohibió volver al teatro, le pidió que esperase. Pero su ilusión era la ilusión mágica y vehemente de un niño, uno fuerte y decidido. Y los niños no saben esperar. Nunca en más de 45 años estuvo lejos del teatro. Nunca.
Estuvimos en contacto hasta hace pocas semanas. Él seguía ensayando, en su hogar, todos los días. Incansablemente, sostenido por el maravilloso Chalo, y cerca siempre de la gran Makhi: ambos, su verdadera familia. Ensayó para mantener la fe, preocupado por el destino de todos los trabajadores de su teatro, a quienes había cuidado y protegido tantos años, como el hombre correcto y generoso que era. Ensayó para no enloquecer. Ensayó tanto, que empezó a estudiar también a los demás personajes de la obra, el suyo ya estaba fundido con su propia presencia.
Demasiado tiempo lo estudió. Demasiado bien entendió su historia. Demasiado hizo suyas sus palabras y su vida. El rey se muere, Os. El rey se muere, padre. Tú no.
Tú no.
Bello homenaje Wendy que nos acerca al artista que muchos no conocíamos en las dimensiones que describes. Gracias.
Gracias por describirlo tan bonito y hacernos conocer un poco más de este gran actor y magnifica persona.
Muy sentidas y llenas de emoción las palabras de la autora del artículo. Y muy justa la crítica hacia el medio teatral que trazó una línea divisoria con prejuicio y cierto desprecio intelectual hacia el teatro comercial, el cual, al cabo del tiempo, ha demostrado no tener razón de ser.
Gracias Wendy por esta semblanza. Emociona.
Una buena forma de conocer a la persona, gracias Wendy.
Me quedaré con las ganas de ver la
Obra El Padre.
Así se recordará como una gran persona!!
La admiración hacia Oswaldo Cattone de personas que no lo conocimos es sincera. En aquellos aciagos días del terrorismo, el teatro Marsano era la isla que daba sano entretenimiento, que nos extraía por un par de horas de la terrible realidad del país. Observar a los mismos actores que veías en la televisión a pocos metros, actuando, con bella escenografía e iluminación era una experiencia que querías repetir a menudo. Solo por eso, gracias inmensas y también por el espíritu y optimismo que se notaba en cada entrevista a través de los años. La crítica a que era un teatro ligero era injusta, muchos gustaron del teatro a través de lo visto en el Marsano, obras bien montadas y producidas y se animaron a asistir a otras puestas de menor difusión y de corte más intelectual.
Emocionante y generoso. Gracias por la memoria de Cattone.
Cattone supo quitarle el aurea de «snob» al teatro para hacerlo atractivo al público en general , el que disfrutó de sus comedias y musicales primero, para luego aplaudir sus dramas.
Si bien Pepe Vilar fue uno de los pioneros en tratar de acercar el teatro a la gente de a pié, Cattone lo convirtió en una opción de entretenimiento a la mano para el público en general.
Que en paz descanse.
Excelente y sentido homenaje.
Un fuerte abrazo, Wendy!! Lo echaremos mucho de menos.
No perdiste un solo detalle en tu excelente semblanza de un Gran y Querido Artista. … ojalá tengamos en las futuras generaciones. Más personajes como EL. …multiplicados que lleven el Arte por todo nuestro País con ese Entusiamo. Pasión Alegría y Energía. Te despido de pie aplaudiéndote que tu camino a la Eternidad haya sido con la misma Alegría y Entusiamo que tu paso terrenal. HASTA SIEMPRE. MAESTRO ♥️