¿Por qué el futuro del Perú es también el futuro del planeta?
Xabier Díaz de Cerio es periodista y fundador de Fábrica de Ideas, estudio de comunicación visual fundado en Lima en 2004. Ha sido director de arte del diario El Comercio y antes fue responsable de infografía en Perfil y el Diario de Cuyo, ambos en Argentina. Magíster en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra (España). Su último proyecto personal, El libro de los Elementos, es una antología de crónicas, fotografías e infografías ambientales producidas por él y su equipo en la última década en el Perú.
En octubre de 2014 regresé a Lima después de un exigente viaje por comunidades remotas de Apurímac y me reuní con Jean Gabriel Duss –entonces jefe de la Cooperación Suiza (COSUDE) en el Perú–, quien nos había encargado producir un libro. Le pregunté por su interés por todo lo que sucedía en el Perú, a pesar de ser un país tan distante del suyo. Me respondió que Suiza tenía un desarrollo científico notable y que la geografía peruana les ofrecía el mejor laboratorio para medir las consecuencias del cambio climático. “Las conclusiones de diversas iniciativas ambientales”, en palabras suyas, “eran fundamentales para el futuro de Suiza, del Perú y del mundo”.
Era un momento más dulce para el país, porque el nombre del Perú estaba en boca de la comunidad ambientalista del planeta: Lima se preparaba para recibir a delegados de 198 países que allanaban el camino para firmar el futuro Acuerdo de París. El encargo de organizar la Conferencia de las Partes –COP20– fue considerado un logro político y un espaldarazo mundial al liderazgo ambiental que en ese momento el Perú exhibía en foros y congresos internacionales. Precisamente de ese evento mundial surgió “El espíritu de Lima”, un documento que facilitó que las decisiones posteriores llegaran a buen puerto. Su influencia internacional resultó clara. Pero, ¿cuánto de ese espíritu ha permanecido en el país o ha impulsado a los ciudadanos a protagonizar una cruzada firme contra la crisis climática?
Es cierto que en las dos últimas décadas el Perú ha dado un salto cualitativo en su institucionalidad ambiental, especialmente desde la creación del Ministerio del Ambiente y, sobre todo, a partir de la organización de aquella COP20. Nuevas leyes ambientales, reglamentos o planes promulgados por los sucesivos gobiernos de diferente color político parecían no mermar el efecto del mencionado espíritu de Lima. Quizá hasta ahora.
La ausencia del presidente Pedro Castillo en la COP26 de Glasgow, Escocia, no es una buena señal para el desarrollo sostenible del país. Y si no lo es para el país –siguiendo el razonamiento lógico de Jean Gabriel Duss– tampoco lo será para el mundo. Principalmente, porque en la lotería de las vulnerabilidades frente al cambio climático, nuestro país se ha sacado uno de los “premios gordos”: de las nueve características reconocidas para determinar la vulnerabilidad de un territorio, el Perú tiene siete. Esto ocurre porque es uno de los países con mayor biodiversidad del planeta.
Por este motivo, la ausencia de nuestra máxima autoridad en la COP26 supone ignorar lo mucho que se ha conseguido en el plano ambiental y renunciar a la posibilidad de mostrar entre pares que el Perú, más allá de sus dificultades, puede aportar soluciones de adaptación exitosas basadas en la combinación de conocimientos tradicionales y la ciencia.
Me viene a la cabeza la técnica de la siembra y cosecha del agua que tan buenos resultados ha dado en las zonas altoandinas y que se ha replicado, por ejemplo, en Costa Rica. Precisamente, fue en uno de nuestros viajes a Ayacucho donde conocí a Magdalena, Marcela y Lidia Machaca, tres hermanas ingenieras que en la laguna Apacheta, a 4.500 metros de altitud, nos explicaron los detalles de la crianza del agua. Al llegar a la orilla se descalzaron y entraron en sus aguas heladas: “Vinimos a visitarte”, le dijo con respeto Magdalena, la mayor, a la laguna. “Queremos darte las gracias por todo lo que nos ofreces”.
La historia de las hermanas Machaca, como muchas otras más que muestran el compromiso climático del país, se recoge en El libro de los Elementos, una antología de contenidos ambientales que recientemente publicamos en Fábrica de Ideas. Este proyecto editorial construye un puente entre el discurso científico y el de divulgación a través de cuatro libros dedicados al agua, a la tierra, al fuego y al aire, además de diez herramientas de comunicación que ayudan a que tanto científicos como comunicadores nos complementemos y fortalezcamos mutuamente. El libro de los Elementos persigue la idea de que el Perú es un “laboratorio para comprender el cambio climático” y quizá no hubiera podido ser escrito en otro lugar del mundo.
Hace apenas unas semanas viaje al Euskadi, mi tierra, con los primeros ejemplares del proyecto. Quería mostrar el resultado de diez años de trabajo recorriendo los Andes, la Amazonía y el desierto costero del Pacífico, buscando héroes anónimos del desafío ambiental peruano. En una reunión con el diputado foral de medioambiente de mi región, José Ignacio Asensio, él me preguntó por qué debería interesarle aquello que sucedía en un territorio aparentemente lejano y ajeno a la realidad de la sociedad vasca.
Le comenté que son varias las voces científicas que señalan que, ante una hipotética hecatombe, si tuvieran que elegir un solo país para recomponer el planeta, este sería el Perú. Existen tres poderosas –y desconocidas– razones: es el segundo país con mayor Amazonía, uno de los principales espacios reguladores del clima del planeta. Es el noveno en superficie de bosques y, por lo tanto, un grandísimo sumidero de gases de efecto invernadero. Y lidera el ranking mundial de agrobiodiversidad, conservando uno de los mayores bancos genéticos: éste es un patrimonio natural aún poco alterado que jugará un papel fundamental en la preservación de aquellas plantas más resilientes a los efectos climáticos.
Políticos de todo el planeta han acudido a Glasgow y lo han hecho con la convicción de que las acciones locales tienen una repercusión global. El primer día de la cumbre ha acogido a la mayor concentración de líderes mundiales –120– desde la pandemia. El testigo lo han tomado más de 25.000 delegados representantes de casi doscientos países. Ellos tendrán hasta el 12 de noviembre para concretar los acuerdos que limiten el incremento de la temperatura mundial y protejan el desarrollo sostenible ambiental, social y económico del mundo. Lamentablemente, nuestro país se ha subido de forma timorata a uno de los vagones de cola de esta COP26, muy lejos de la locomotora que tira de los países y que en 2014 llegamos a conducir con brío, como ignorando que si al Perú le va mal climáticamente, al planeta también.
El analfateismo ambiental sumado al inestable y descontinuo compromiso político en la materia nos afectarán. Valorable artículo. Felicitaciones a Jugo de caigua por tan buenos contenidos.
Que bello nos recuerden que somos parte de esa diversidad. Sería excelente publicar más información no solo en redes sino también en las calles, cierto es que algunas personas no tienen el conocimiento sea la razón es importante llegar a la mayoría posible especialmente jóvenes y niños la publicidad debe avizisorarse desde cualquier ángulo. Apoyo el jugo de caihua.
Excelente artículo, es cierto lo de la siembra y cosecha de agua, lo constate en Chumbivilcas, Cusco, existe un conocimiento ancestral que es vital recuperar, ojalá la agenda política priorice el hermoso, rico, diverso país que tenemos.
Nevado Pio XII debe ser tomado como el Glaciar Pio XI
Un importante artículo. No debemos hacer mucho caso a la flagrante ausencia del presidente en Glasgow. Increíble pero el Perú es más grande que todos sus presidentes juntos. De 104 climas mundiales, el Perú tiene más de 80. De hecho el Perú no es solo un laboratorio, sino por su extensa sistema montañosa andino es un recurso para todo el continente Sudamericano, aún incluso con fuerte cambio climático. La vulnerabilidad se combina con potencia resiliente en cara del cambio climático. Perú ofrecerá siempre recurso biogenético, hídrico y de refugio demográfico si las cosas van mal con desertificación en zonas sudamericanas alejadas de serranías. La exigencia de cosechar agua y (re)forestar al lado de proteger sus laderas con andenería será mayor y debe traducirse en acción. Cabe destacar que el Nevado Pio XII en Chile crece en volumen de hielo por el incremento de lluvia, producto allí del ascenso térmico y de evapotranspiración. En Perú los nevados se derriten pero el prognóstico no es menor lluvia. Pensemos los Andes y su función bioclimática de sur a norte.