Algunas implicaciones que apuntan a problemas más serios
Esta semana tenía planeado escribir sobre la informalidad en el Perú, pero la columna del lunes de Alejandra Ruiz León contándonos el fraudulento proceso de admisión en la Universidad de San Marcos me ha dejado pensando en más de una implicancia.
La primera es la forma en que hemos normalizado el rol del dinero en el ingreso a la educación superior, con las injusticias que esto trae. Alejandra reveló que un hogar necesita hacer una contratación ilegal por 30 mil soles para conseguir una admisión en Medicina en San Marcos. Con eso su estudiante podrá seguir la carrera de siete años haciendo pagos, legales, relativamente bajos de S/.100 de matrícula por cada semestre. Eso es ilícito. Pero si el hogar dispone de seis o siete veces esa cantidad de dinero –alrededor de 200 mil soles–, sería preferible que inscriba a su estudiante en una universidad privada para conseguir un resultado comparable en un tiempo comparable. Esta segunda opción es legal.
Ya hemos dicho varias veces que es injusto que el tamaño de la billetera determine la posibilidad de estudiar una carrera que abre muchas posibilidades en la vida. Lo adicional y preocupante es que si la billetera del hogar es suficientemente grande puede hacer eso legalmente. Como resultado, en este país de claras estratificaciones tendríamos tres categorías de jóvenes, independientemente de sus habilidades cognitivas: (i) quienes no pueden soñar con estudiar Medicina, (ii) quienes pueden hacerlo, pero con trampa al sistema, (iii) quienes pueden hacerlo gracias al bienestar de sus hogares.
Un segundo tema que me ha dejado pensando es aquel postulante que le relató a Alejandra cómo es que de tanto postular ha desarrollado sus propias cábalas – “nunca entro por la puerta 2” –. Esta persona lleva un par de años en el sistema preuniversitario aprendiendo estrategias para rendir exámenes, pensando el mundo únicamente en términos de alternativas fijas. Habría que preguntarnos qué otro tipo de habilidades útiles para la vida ha podido desarrollar. Probablemente, no muchas.
No lo sabemos con certeza, pero la estadística nos dice que lo más probable es que este joven está perseverando en el intento de estudiar una carrera de prestigio en el ranking de ocupaciones (Medicina, Ingeniería o afines). Algo más que sabemos estadísticamente es que al cabo de un tiempo los jóvenes como el de la cábala se cansan de esperar. Algunos se van del país, otros desisten del sueño universitario y otros ajustan sus expectativas postulando a carreras con menos exigencias en los exámenes de ingreso. Esto último sucede con mucha claridad en las facultades de pedagogía. Por eso el Censo Universitario registra que la edad promedio de los estudiantes de educación es, en promedio, entre dos y tres años mayor que la de los estudiantes de las demás especialidades del sistema universitario peruano. Después de pasar dos o tres años postulando a carreras de prestigio, satisfacen el sueño de la carrera profesional en la pedagogía. Esto nos permite dudar acerca de la vocación real de algunos de los futuros docentes.
Algo está profundamente mal en el sistema educativo. Los estudiantes salen de la secundaria sin habilidades suficientes para ingresar a la universidad. Algunos acortan la brecha de habilidades pagando por ciclos preuniversitarios, otros pagan ilegalmente por ayuda. Este es un problema masivo que afecta a varios cientos de miles de jóvenes y, por lo tanto, a sus familias. Pero, más importante aun, es un problema que está en el núcleo de lo aspiracional en la sociedad, pues, como se nos ha dicho siempre, “el que estudia triunfa”.
El gobierno ha identificado que aquí hay un problema serio y ha planteado una solución, lamentablemente, alineada a un espíritu populista: el ingreso libre universal a las universidades. Puedo imaginar que muchos de esos cientos de miles de jóvenes que hoy enfrentan el problema vean con entusiasmo esta respuesta, pero ella traería nuevos problemas, potencialmente grandes. ¿Las universidades están listas para recibir 10, 20 o 30 veces el número de cachimbos que actualmente reciben? ¿El mercado de trabajo estará listo para recibir tantos más profesionales en las próximas décadas? Recordemos que hoy ya tenemos una de las tasas más altas de subempleo profesional de América Latina. Un tercio de nuestros profesionales se desempeñan en ocupaciones de baja calificación, para las que no necesitaban un grado universitario.
Toca pensar en una solución mejor. El cierre de brechas entre las habilidades de los egresados de secundaria y los requerimientos de la universidad no se debería intentar bajando los niveles de exigencia universitaria. Igualar hacia abajo no es el camino, hay que hacerlo hacia arriba. Esto es, toca mejorar el nivel de habilidades con el que salen los estudiantes de la secundaria. Es fácil de decir, pero tremendamente difícil de hacer. Es la tarea a la que nos deberíamos abocar en las próximas décadas.
Con respecto al último párrafo. ¿Qué posibilidades existen de aumentar en al menos un año (quizás 2) la educación secundaria.? ¿Se ha hecho el estudio?¿Se tiene una idea de como se podría implantar?. Eso ayuda a reducir las brechas, y también ayuda a que los jóvenes lleguen un poco más maduros al estudio universitario. Tal vez, se pueda establecer que los alumnos que estudien esos dos años extras sean los que pueden ingresar directamente a la universidad.