El árbol, amore mio


La Semana Forestal Nacional merece una gran celebración,  y la ciencia lo respalda


Los momentos más felices de mi vida están vinculados a los árboles y, como se verá más adelante, la ciencia ahora lo explica muy bien. Cuando era pequeña, mi abuelo me llevaba al parque de Monza, la ciudad italiana donde nací, a cantar canciones bajo los árboles: quería que practicara para un famoso concurso de canciones de niños, una especie de Viña del Mar infantil, lo Zecchino D´Oro. La abuela, que era costurera, me alistaba junto a mis dos hermanas y nos adornaba con tres idénticos vestidos confeccionados por ella, como para lucirnos en una fiesta. Pero el abuelo nos llevaba al parque, a gritar canciones bajo las ramas. Mi papa, cuando se unía, organizaba carreras sobre el césped y, entonces, abandonaba a mis hermanas para rivalizar con mi hermano mayor. Fue él, Ennio, quien me enseñó a trepar un robusto haya (Fagus sylvatica). Allí construimos un refugio entre el follaje, donde nos escondíamos emulando al Barón Rampante, experimentando una sensación de grandeza cuando mirábamos desde arriba a los más pequeños.

Cuando era niña, los árboles me ofrecieron abrigo, refugio, seguridad, amor. Y así, de más grande, encontraron mi amor recíproco. 

Hace pocos años, sentada en la gris antesala de un ministerio, mi mirada se desvió de los folletos promocionales en la mesita de espera a un verde patio interior. Así, guiada por una fuerza invisible, me acerqué a las plantas y empecé a arrancarles las hojas muertas, a removerles los pulgones y a limpiarles las pelusas, como la abuela hacía conmigo antes de enviarme al parque. Fue allí cuando sentí, por primera vez, la profunda conciencia de tener un amor especial por estos seres vegetales. 

En las ciencias, esta necesidad de conexión con otros seres vivos se llama biofilia, un término introducido por el famoso biólogo Edward O. Wilson en su libro ochentero con el mismo título, Biophilia, en inglés, como el proyecto musical y el álbum de la islandesa Bjork. La biofilia es aquella conexión innata que los seres humanos sentimos hacia la naturaleza y otros seres vivos, una conexión arraigada en nuestra historia evolutiva como especie que ha dependido de los entornos naturales para su supervivencia. Y la biofilia fue esa fuerza invisible que me guió hacia las plantas del patio ministerial en aquel día gris.

Todos lo hemos experimentado: sumergirse en entornos naturales y llenos de árboles tiene numerosos efectos positivos para nuestro bienestar. No solo inspira a cantar, sino también mejora nuestra salud mental, física y emocional.  

Los beneficios de los árboles para la salud pública ya tienen muchísimo respaldo científico: quizás los estudios más conocidos son los que científicos japoneses han realizado en relación a la práctica del shinrin-yoku”, el “baño de bosque” japonés, una caminata meditativa entre los árboles y la naturaleza que ahora los médicos nipones recetan a sus pacientes. Diversos estudios han medido el nivel de cortisol —la hormona del estrés— en la saliva de personas antes y después de un baño de bosque y de una caminata por las veredas urbanas, encontrando diferencias significativas. En 2010, la revista Environmental Health and Preventive Medicine publicó los hallazgos: caminar en un bosque reduce sustancialmente los niveles de cortisol, reduce el estrés y mejora el estado de ánimo, más significativamente que caminar en un entorno de edificios. 

Otros estudios han demostrado que simplemente mirar imágenes de la naturaleza puede bajar la presión arterial y relajar el sistema nervioso: por ello las antesalas de muchos spa y salas de masajes exhiben fotografías de pared a pared de exuberantes entornos verdes (usualmente con cascadas). También existen estudios que muestran que las personas que viven en entornos más verdes tienden a tener una mejor salud mental y función inmunológica, o los beneficios cognitivos de la naturaleza para los niños autistas, o la acelerada recuperación de pacientes en entornos hospitalarios arbolados.  Y son muchas las investigaciones que nos revelan que el secreto de la longevidad está —también— en los árboles. 

En el Perú, en la primera semana de noviembre celebramos la Semana Forestal que, este año, estará enfocada en la promoción de la forestería urbana. Diversas ciudades se activarán para plantar árboles y proteger sus bosques. En el Museo de Arte Contemporáneo de Barranco (MAC), celebraremos el Festival de Ciudades Verdes, con diálogos, talleres y encuentros para fomentar la sensibilidad hacia el verde y la forestería urbana, incluyendo caminatas con mindfulness a parques, bosques y ecosistemas urbanos.

Si quieres mejorar tu humor, vivir con más salud, encontrar nuevos amigos, o cantar melodías con tu abuelo, déjate guiar por esa fuerza invisible que está anidada en ti y súmate a la celebración.


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