Un puñado de ideas sueltas a propósito del reciente apanado virtual a Pepe Le Pew
Recientemente el periodista Charles M. Blow escribió una columna en The New York Times donde llamaba a la ardua tarea de eliminar el racismo de la cultura, sobre todo la infantil. Un fragmento del texto ha despertado de su sueño de olvido al zorrillo Pepe Le Pew, y reavivado las brasas de un debate que parece no apagarse nunca: aquel que enfrenta a los defensores de la libertad cultural sin cortapisas con quienes consideran pertinente ponerle coto a la creación cuando esta perpetúa o fomenta comportamientos nocivos.
Pepe Le Pew, creado por Chuck Jones a mediados de los cuarenta —junto a otras series y personajes como Marvin el Marciano y El Coyote y el Correcaminos— no escandalizaba a nadie hasta hace solo unas décadas, pese a que, en cada cortometraje, hostigaba a una gata que confundía con una congénere. Pasaba indesmayable del galanteo a la mañosería, de los besos robados al secuestro.
Leí a alguien contrario a bajarse al zorrillo que esto le parecía una insensatez, pues antes de su aparición ocurría ya el acoso sexual. Es cierto, como que difícilmente podríamos probar que un dibujo animado provoque por sí mismo conductas o pareceres perniciosos en los niños. Me parece que el punto no va por ahí, sino más bien a dejar de mostrar en las ficciones para chicos comportamientos negativos que pasan piola porque se los venden como inofensivos y graciosos.
La frontera es difusa y problemática.
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Creo que ya no tanto, pero antes la cultura popular en su variante más prejuiciosa percibía a los franceses como apestosos.
En Francia no hay zorrillos. De hecho, no los hay en toda Europa.
Los zorrillos son unos animales de grandes habilidades. Los machos, contra lo que podría imaginarse, son tímidos y solitarios, y su estigma —para los humanos; le ha sido muy útil para su supervivencia a lo largo de miles y miles de años— radica en una pestífera sustancia que emanan sus glándulas anales, sobre todo cuando se sienten amenazados. El hedor puede durar un mes.
Representar a un acosador como un francés que es, a su vez, la caricatura del seductor fracasado pero tenaz, con sus delirios y su narcisismo de macho mediterráneo; incapaz de pronunciar correctamente el inglés (o el español, en nuestro caso); encarnando una pestilente mofeta es también muy políticamente incorrecto, bastante racista. Como ocurre con los clichés exaltados por Speedy Gonzales, estos sí señalados en la columna de Charles M. Blow. Por cierto, el texto es bastante interesante y abarca más temas relacionados con los paradigmas negativos inculcados en la infancia. La referencia a Pepe Le Pew es de apenas una frase. La polvareda se dio después, en las redes sociales.
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Casi al mismo tiempo en que se desataba esta polémica, los productores de la secuela Space Jam 2: A New Legacy, informaron que Pepe Le Pew había sido retirado de su elenco de seres animados. Dicen que la decisión fue tomada un año atrás, lo que hace suponer que si lo informaron recién fue por una cuestión de timing marketero. Por su parte, la coprotagonista de la película, Greice Santo, parece haberse sentido decepcionada con la exclusión. Sucede que en un pasaje el zorrillo hacía de las suyas y comenzaba a besuquear el brazo de Santo, quien de inmediato le metía una cachetada y lo ponía como camote. La actriz, quien denunció en el pasado haber sufrido acoso sexual, estaba feliz con la reacción de su personaje, reivindicativo consigo misma y ejemplar. La productora tuvo que decidir por cuestiones extraargumentales (pedagógicas, digamos) si mostrar unos segundos en pantalla al mañoso, permitiendo que una mujer empoderada le haga el cuadre; o simplemente borrarlo por economía emocional, para ahorrarse una polémica. No fue tarea de guionistas, sino de gerentes de Marketing.
La cultura de la cancelación es poderosa.
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Disney+ ha eliminado de su parrilla infantil Dumbo, Los aristogatos y Peter Pan por presentar estereotipos negativos y discriminatorios de, respectivamente, la gente negra, los asiáticos y los nativos americanos. Suena excesivo, pero no nuevo. Ya Betty Boop, Bugs Bunny, o series como Padre de familia y South Park fueron censuradas por su incorrección. No tengo Twitter, pero mis informantes me indican que la masa opinante ya está detrás de Miss Piggy por considerarla también acosadora y violenta. Hay muchísimos ejemplos, la mayoría recientes, de cómo la presión social, en procura de un entretenimiento más sano y constructivo, le ha bajado el dedo a ficciones que antes no escandalizaban a nadie. Y aquí estoy tocando carne, aunque el tema da para largo.
¿El arte se debe a su impacto en los receptores? Supongo que no y sí. No al momento de su creación, sí al de su propalación. La recepción, por cierto, evoluciona, como lo hacen los valores de la sociedad. La polémica alrededor de Lo que el viento se llevó 80 años después de su estreno lo confirma. En estos casos la custodia moral se basa en que las obras pueden resultar ofensivas por transmitir normalizados ciertos valores y actitudes racistas, sexistas, discriminatorias, peyorativas. Por otro lado, hace poco se pretendió retirar de los museos obras emblemática de Balthus y Courbet, aunque por razones más bien pudorosas, en exceso moralistas. En resumen, no son pocos los que consideran que el arte no puede escapar de su función social, de su responsabilidad, digamos, lo que se refuerza cuando se trata de contenidos dirigidos a los niños.
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Como en esta tierra del sol lo desopilante es costumbrismo, ya comenzaron a circular los memes teledirigidos donde se compara a Lescano con el zorrillo: “Lescano, el Pepe Le Pew peruano”, titular usualmente acompañado de la foto más perturbadora del puntero (en las encuestas) y de frases enviadas por WhatsApp por las que una periodista lo denunció en marzo del 2019 por acoso sexual: “Cómo va esa delantera/ muéstramelas para ver si es cierto (…) Ya en la camita desnudita?”, etc. Por este feo asunto Lescano fue separado cuatro meses del Congreso. Todo es muy sospechoso; sin embargo, en marzo del año pasado la Fiscalía archivó definitivamente la denuncia.
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(No me cabe en la cabeza que alguien, un candidato a la presidencia de un país, se apropie de un bien cultural —casualmente, otro personaje de Looney Tunes— para popularizar su imagen pública. En Argentina, los herederos de Oesterheld rechazaron el uso que el kirchnerismo hizo de El eternauta, por no hablar de la infinidad de veces que Quino tuvo que denunciar la instrumentalización de su Mafalda. Me parece extraño que los representantes de Warner Bros en el Perú, tan celosos con su marca, no hayan actuado aún al respecto.
Por otro lado, algo debe decirnos del candidato que convirtiera lo que comenzó siendo un agravio en su propio avatar. Un cerdo).
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Pienso que los debates funcionan cuando uno llega a la conversación con la mente abierta y ganas de comprender al otro, sin que eso signifique estar de acuerdo. El pensamiento binario, creer que las cosas son blancas o negras, o suponer que uno, del saque, tiene la razón, ayuda poco.
El tiempo cambia nuestra percepción de las cosas. No acabaríamos nunca si comenzáramos una lista de los entretenimientos que en el pasado reunían a las familias y hoy nos parecen inadmisibles; y lo mismo puede decirse en el sentido contrario. Los cambios sociológicos que antes podían tomar décadas, incluso siglos, se dan hoy a un ritmo de vértigo.
Nadie crearía hoy un personaje como Pepe Le Pew y lo dirigiría a un público infantil. Pero existe, ahí está, en los recuerdos de miles, en la vieja TV y en videos de YouTube.
No estoy a favor de censurar casi nada, pero sí creo que actitudes y comportamientos así de agresivos difundidos con dibujitos y entre risas deberían quedar en el pasado, donde pertenecieron.
Excelente. Gracias. Lindo día
Como es habitual, notable descripción de tu punto de vista Dante; felicitaciones por ello. Estoy totalmente de acuerdo respecto a encontrar espacios de debate sin necesariamente estar de acuerdo con las diversas posturas. Tampoco estoy a favor de censurar casi nada. Un abrazo
Muchas gracias, qué generoso. Un abrazo de vuelta.
Lindo día también.