Cuento con moraleja


¿Es Ecuador la víctima más reciente de una decisión tomada hace 52 años?


Hace poco más de cincuenta años el presidente estadounidense Richard Nixon le declaró la guerra a las drogas. En 1971, el mismo año de mi nacimiento, hizo realidad su promesa electoral de terminar con lo que creía que era el cáncer que consumía la sociedad. Hoy podemos ver que esa guerra no tiene fin y que tampoco tiene cuartel; una guerra, además, que como está planteada difícilmente puede ganarse.

Así, esta semana hemos visto que la violencia de esta guerra ha terminado de explotar en nuestro vecino Ecuador, en un triste episodio que sirve como “cuento con moraleja”. La fuga del capo de la mafia José Adolfo Macías Villamar, alias “Fito”, así como los disturbios y fugas masivas de cárceles de la región de Guayas ha llevado a un pico de violencia impresionante. Las imágenes de hombres armados tomando un canal de televisión en vivo, así como el pánico generalizado en el que vive la población, junto con los enfrentamientos entre el ejército, la policía y las mafias, causan una honda impresión.

Al retroceder unos treinta años llama la atención cómo Ecuador parecía haber escapado de la maldición de la cocaína a pesar de su ubicación entre Colombia y Perú, dos países que se desangraban con lo que George Bush padre bautizó, a finales de los ochenta, como “narcoterrorismo”. En ese tiempo —tan mitificado en la serie de Netflix Narcos—en que las guerrillas en Colombia se financiaban con la coca, los cárteles desarrollaban nuevas rutas, y en el Perú Sendero Luminoso y el MRTA vivían cada vez más de los cupos que cobraban por mover droga —o incluso incursionaban en el negocio—, Ecuador era una isla de tranquilidad. A pesar de su posición geográfica, de sus fronteras porosas con sus vecinos del norte y del sur, y de su cercanía a los centros de producción, el país no se convirtió en ese momento ni en productor ni en comercializador de drogas.

Sin embargo, la excepción ecuatoriana se fue resquebrajando de a pocos. Como saben quienes han estudiado las políticas del control de narcóticos, cada vez que la producción baja en un país, sube en otro, y en realidad nunca se ha logrado erradicar la producción de cocaína porque el mercado que la consume es tan grande que los incentivos para seguir en el negocio son irresistibles, lo que se podría llamar realmente el triunfo del mercado. Pero existe un elemento en este negocio increíblemente capitalista que no se puede perder de vista: que es ilegal y, por lo tanto, está controlado por mafias. Lo que ha ocurrido desde aquella resolución de Nixon es que se ha replicado en el mundo entero el sistema de prohibición de alcohol que intentaron los Estados Unidos, sin éxito, entre 1920 y 1933.

La cocaína como la conocemos ahora fue desarrollada en el último tercio del siglo XIX y quienes quieran conocer más de su historia deben leer los excelentes trabajos de Paul Gootenberg. En esa época, en los valles de Huánuco y el Huallaga se comenzó a industrializar la producción y se desarrolló algo cercano a lo que conocemos ahora como pasta básica de cocaína para venderla a las grandes empresas farmacéuticas alemanas y holandesas. Hasta inicios del siglo XX, la cocaína era considerada una medicina y aún ahora algunas de sus formulaciones se utilizan en los servicios de salud. Los holandeses establecieron grandes plantaciones de coca en la isla de Java que los japoneses utilizaron en la Segunda Guerra Mundial.

Esta aceptación de la cocaína cambió de a pocos, y ya durante la década de 1940 su consumo había llegado a ser marginal. En los 50 y 60 los países donde se comercializaba más eran Cuba y Chile, y no es sorpresa que cuando ambos países estuvieron bajo fuertes dictaduras, la cocaína dejó de movilizarse por ahí.

Después de la llegada de los exiliados cubanos de Mariel a Miami en 1980, y de la fuga de los chilenos dedicados al tráfico a Colombia, comenzó una nueva etapa muy intensa de consumo de cocaína, que pronto se convirtió en la droga de los ricos y famosos. Uno de los principales atractivos de su consumo es que otorga mucha energía y vigor a quienes la utilizan. El aumento en la demanda, primero en los Estados Unidos y luego en Europa, llevó paulatinamente a la violencia señalada en el inicio, que no estuvo solo enfocada en Colombia y Perú, pues se fue extendiendo por América Central y México, que se convirtieron en países de tránsito.

La lucha contra las drogas se volvió cada vez más brutal y uno de sus principales hitos fue la declaración de la “guerra al narco” que hizo el presidente mexicano Felipe Calderón en 2006, cuando envió a la policía federal a Michoacán. Más de 121.000 personas murieron entre ese año y el 2012, y la violencia se volvió cada vez más generalizada. Desde entonces el enfoque ha virado algo más hacia la prevención y se han desarticulado varios de los cárteles.

Pero la guerra no tiene cuando acabar y simplemente se ha movilizado a otros territorios. Ecuador es uno de ellos y lo que sucede ahora lleva mucho tiempo cocinándose. Un factor clave es que la dolarización implementada por Jamil Mahuad en el año 2000 hizo que lavar dinero fuera cada vez más fácil. Y a pesar de que Rafael Correa logró en los diez años que estuvo en el gobierno —del 2007 al 2017— incrementar la presencia del Estado en territorio ecuatoriano, el narcotráfico fue infiltrándose poco a poco en las esferas del poder: recordemos que las últimas elecciones se desarrollaron en un ambiente enrarecido por el asesinato del candidato Fernando Villavicencio y el aumento de la inseguridad.

El joven presidente Daniel Noboa juramentó hace tan solo dos meses y ofreció mano dura para luchar contra el narco. Cumplió: introdujo al ejército y el resultado que obtuvo es muy parecido al que logró Calderón en México en el 2006. Más muerte e inestabilidad.

Por más seductora que sea la mano dura, el resultado parece ser casi siempre el mismo: más violencia. La solución al problema es mucho más compleja que usar la fuerza y en un país como el Perú, donde las instituciones son cada vez más débiles y el narcotráfico está cada vez más instalado, debemos pensar en un abanico más inteligente de opciones.


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