¿Cómo reformar nuestra política con patafísica?


Las causas de nuestra nefasta representación política y soluciones quizás no tan descabelladas 


Alejandro Neyra es escritor y diplomático peruano. Ha sido director de la Biblioteca Nacional, ministro de Cultura, y ha desempeñado funciones diplomáticas ante Naciones Unidas en Ginebra y la Embajada del Perú en Chile. Es autor de los libros Peruanos IlustresPeruvians do it better, Peruanas Ilustres, Historia (o)culta del Perú, Biblioteca Peruana, Peruanos de ficción, Traiciones Peruanas, entre otros. Ha ganado el Premio Copé de Novela 2019 con Mi monstruo sagrado y es autor de la celebrada y premiada saga de novelas CIA Perú.

Cualquier solución a una reforma política pasa por un cambio en el sistema de representación, cuya historia ha sido bien resumida por el historiador peruano Carlos Contreras y más recientemente por Iván Lanegra, en lo que el actual secretario general  de Transparencia acuña como “travesía democrática” en la serie de ensayos Nudos de la República

A doscientos años de nuestra independencia podemos señalar que al inicio transitamos por una época prepartidaria en la cual solo existían caudillos y huestes dispuestas a todo para alcanzar el poder. Una edad de oro para aventureros, militares y conservadores que, pese al cambio de régimen, solo estaban preocupados por mantener sus privilegios (como siempre).

Luego, tras la creación del Partido Civil, poco antes de la Guerra del Pacífico, pasamos a una etapa en la que los partidos solo representaban a las élites y a los poderosos (como siempre), que además eran los únicos que podían votar, conforme a nuestras limitadas reglas democráticas. La gran reforma de partidos pasó por la creación de los partidos populares en la segunda y tercera década del siglo XX (el APRA y el Partido Comunista, pero también el fascista Unión Revolucionaria). Los partidos, incluso los populares, se convirtieron con el paso de los años en algo similar a lo que habían soñado (como siempre) las élites: una caja de resonancia de sus intereses y deseos. 

Los dueños del Perú se adueñaron también de los partidos y, cuando estos se alejaban de sus intereses o se hacían demasiado democráticos, apoyaban golpes de Estado (salvo el de Velasco, que surgió de un momento quizás más complejo de nuestra historia). Sin embargo, más recientemente llegamos a una etapa que explica por qué nos quedamos sin partidos nacionales o, mejor dicho, por qué los partidos en la actualidad ya no representan más que intereses subalternos, corruptos e informales.

La confluencia de una cleptocracia convertida en partido como fue el APRA tras su primera victoria política –ya desaparecido su líder fundador– con el surgimiento del terrorismo y un verdadero movimiento antipolítico y popular como el fujimorismo, crearon un sistema en el que los partidos perdieron relevancia. Las élites y grupos de poder económico que antes invertían en representantes de los partidos descubrieron que era más fácil dirigir sus esfuerzos –y dinero– a un operador como Vladimiro Montesinos, que podía orquestar todo lo necesario para arreglar concesiones, líneas de los medios de comunicación, influencias, etc. ¿Cuál era la utilidad de invertir en partidos si se obtenía lo mismo a través de un hombre fuerte de confianza?  El modo de conformar bases partidarias cambió así, aunque fue para peor.

El gran problema, como se sabe, es que ese hombre fuerte de confianza se desvió largamente también de los intereses de las grandes mayorías (de empresarios y personas de poder). Frente a este desencanto, los poderosos optaron por otras formas de conseguir sus objetivos. Los partidos, entonces, se convirtieron en refugio de élites menores, corruptos de poca monta, intereses ilegales (universidades sin licencia, transportistas sin licencia, mineros sin licencia y todas otras clases de informalidades solo con licencia para matar). Sus líderes pueden tener prontuarios antes que ideologías. Pocas excepciones existen hoy a esa regla. 

Los partidos, así, no representan más que a unos pocos y las gentes solo se acuerdan de ellos cuando hay elecciones. Nadie quiere formar parte de un partido; las élites y las clases ilustradas los desprecian. Decir que alguien forma parte de uno de ellos es prácticamente una forma de autolesión. 

Frente a este problema, la patafísica podría dar una solución sencilla y sincera: de una vez y por todas renunciemos a la existencia de partidos. Encontremos otras formas de asociación que permitan una mejor gestión de lo público. 

En lugar de representantes de partidos, propongamos una sofocracia (aunque ya sabemos que a nuestros intelectuales tampoco les gusta trabajar… para el Estado) o,  mejor, una real aristocracia –el gobierno de los mejores–, creando un arcontado con representantes de burócratas,de clubes de futbol, de iglesias, de restaurantes y ollas comunes, de sindicatos, de cómicos ambulantes y de gremios. O, como sueñan algunos, privaticemos (también) el Estado y hagamos que una tecnocracia permanente rija sus destinos, con un presidente de directorio y representantes de distintos sectores –elegidos al azar, como en la lotería de Babilonia borgiana, o con líderes empresariales como imaginó José B. Adolph en Mañana las ratas–.

Después de todo, la calidad de representación –estamos seguros– sería mejor en un golpe de dados que, aunque no llegue a abolir el azar, podría traer más orden que el que existe en ese sancochado de cacúmenes limitados que termina siendo cualquier parlamento en el que los representantes buscan inm(p)unidad, o una forma de conseguir un beneficio tan mínimo que está lejos de lo que verdaderamente es el bien público. 

A partidos que no pueden gestionar intereses, prohibámoslos para que se acomoden bajo un régimen distinto, un verdadero gobierno de los que quieran y puedan, convencidos de que existe un interés común que está mucho más allá del interés propio. Es eso, o confiar en la Tinka de Perulonia.

2 comentarios

  1. Lucho Amaya

    “… una cleptocracia convertida en partido como fue el APRA.”, dice usted, señor Alejandro Neyra… Soy aprista; mi nombre es Luis Alberto Amaya Torres y mi DNI el 10199031. Averigüe usted si alguna vez trabajé para el Estado en los gobiernos del APRA, o en cualquier otro gobierno: Verá que no. Sin embargo usted ya me llamó cleptómano (verifique también si tengo antecedentes penales o policiales)… Señor Neyra, si ingresamos a ese tipo de generalizaciones yo tendría que llamarlo CORRUPTO, a usted, porque usted sí trabajó para el Estado en los gobiernos corruptos de PPK y Vizcarra… … Usted, señor Neyra, ha sido Ministro de Cultura… Nada menos que ¡Ministro de Cultura!, -y en la red se lee los títulos que tiene ¡impresionantes todos!-; sin embargo, usted, no es capaz de darse cuenta del SECTARISMO en el que cae (tal vez por no contenerse en sus pasiones y dogmas ideológicos, disfrazados de altruismo).

    En su párrafo final dice “A partidos que no pueden gestionar intereses, prohibámoslos para que se acomoden bajo un régimen distinto, un verdadero gobierno de los que quieran y puedan, convencidos de que existe un interés común que está mucho más allá del interés propio.”… Y yo le pregunto, ¿Qué edad tiene usted, señor Alejandro Neyra?, porque ese párrafo solo puede haberlo escrito un CACHIMBO ilusionado de universidad o instituto… ¿Quién calificará el “gestionar intereses”? ¿Quién el que “prohibirá”? ¿Quién decidirá a “los que quieran y puedan”? ¿Quién el que decidirá esto es “bien común” y esto “interés propio”?… ¿Usted?

  2. Daniel Salvo

    Divertido y profundo a la vez. El ocaso de los partidos políticos es inobjetable. ¿Qué vendrá después?

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