¿Por qué es importante citar en tesis o memes?
Hace unos meses intenté graficar lo abrumada que me encontraba ante la situación política y social del Perú con la imagen de un cerebro que representaba a mi mente, rodeada de palabras como tesis, Repsol, Covid-19, Congreso, etc. Ya que la sensación de exaltación en mi país es constante, no recuerdo con exactitud qué suceso inspiró dicha imagen, pero sí me acuerdo de que rápidamente fue capturada y compartida desde cuenta de memes y hasta en grupos de WhatsApp. Aunque luego volví a subir la imagen con el nombre de mi cuenta, la imagen ya tenía vida propia en el mundo virtual y de nada sirvió que mis amables seguidores recriminaran a quienes la compartían sin darme el debido crédito.
Lo que experimenté como creadora es algo usual en redes sociales, pues no siempre se reconoce al autor de un meme, de un baile o de alguna tendencia. En un mundo donde todo se copia, pega y retuitea parece imposible reconocer a los autores iniciales de objetos tan efímeros. Pero para quienes vivimos en línea, la atención y el reconocimiento como creador de una tendencia o de una idea es la moneda de cambio.
No todo lo que vemos en redes puede ser rastreado hasta su fuente inicial, pero sí hay usuarios, como mis seguidores, que están comprometidos con la justicia online. Por ejemplo, vemos sus críticas cuando una cuenta de memes con millones de seguidores publica un contenido realizado por un creador menos visible y evita nombrarlo, o cuando se trata de Elon Musk, que es conocido tanto por dirigir empresas de tecnología como por ser ladrón de memes. También están los usuarios que critican los trabajos copiados no a causa del altruismo, sino por señalar al que copia. Un ejemplo perfecto de este fenómeno se da cuando se viraliza un tuit que se supone está basado en una experiencia personal, pero que rápidamente alguien comenta con el tuit original para dejar al impostor como copiador y falseador de experiencias para generar atención.
Las dinámicas para reconocer la autoría en internet nos pueden parecer superfluas, pero son sinónimo de otros procesos que tenemos para señalar copias y fraudes, como los sistemas de citación académicos. Es evidente que hay una distancia enorme entre una cuenta de memes que no “arroba” al creador y el hecho de que nuestro presidente se haya “olvidado” de colocar citas en párrafos enteros de su tesis, pero comparar estos procesos nos puede ayudar a entender mejor las dinámicas de reconocer el trabajo ajeno.
Tanto las redes sociales como las disciplinas académicas son espacios de conversación. Cuando alguien retuitea a otra persona está conversando con ella, apoyándola, expandiendo su mensaje o derribándolo. De la misma forma, cuando citamos en un texto a otros autores también estamos conversando con quienes están en nuestras disciplinas. Citar es mantener una conversación en tres tiempos: pasado, presente y futuro. Cuando incluyes una cita estás conversando con el pasado, alguien ya tuvo esa idea y tú la estás trayendo al presente para que sea parte de la conversación que estás generando. También incluyes a otras voces más recientes en la conversación al citar a alguien que a su vez está citando a otra persona, lo cual te permite seguir cómo se ha desarrollado el diálogo. Es como cuando te quieres enterar de dónde nacen algunas peleas de Twitter y te toca retroceder hasta encontrar el tuit que desencadenó el argumento. Por último, cuando generas un trabajo académico –en teoría– estás participando y agregando más información que otros leerán en el futuro, y para quienes tus ideas y las ideas de quienes citan los enrumbarán en una conversación que se mantiene viva.
Estas conversaciones, tanto de redes o académicas, tienen sus propias reglas y comunidades. Por ejemplo, uno no puede compartir tuits hechos en una cuenta privada porque estos solo puede ser vistos por los seguidores de esa persona, por lo cual toca hacer capturas de pantalla y mencionarla, si es que permite que lo hagas. Lo que en Twitter está limitado por el diseño de la plataforma, en las disciplinas académicas está regido por el tipo de reglas que se usan para hacer referencia al trabajo de otros autores. No todas las disciplinas usan el mismo sistema. Por ejemplo, es común que las Ciencias Sociales utilicen el formato de la Asociación Americana de Psicología, conocido como APA, mientras que los historiadores, usen Chicago/Turbian. Las humanidades usan MLA, por las siglas en inglés de la Asociación de Lenguaje Moderno. Las ingenierías y otras disciplinas técnicas usan el formato IEEE. Existen más sistemas de citación y cada uno tiene una lógica detrás que responde a los intereses de cada disciplina. Por ejemplo, algunos sistemas como Chicago permiten al autor incluir el nombre y la fecha en el texto, ya que esto es importante para entender el contexto histórico o la fuente que se está utilizando, mientras que sistemas como IEEE utilizan números que son acompañados por los datos completos al final, dejando al texto libre de información adicional.
Aprender a citar de forma correcta y a etiquetar a quienes crean un meme son acciones que se aprenden y ejercitan dentro de una comunidad. En internet vamos aprendiendo según usamos las redes o vamos preguntado a otros usuarios. Si queremos aprender a usar los manuales académicos de estilo hay cientos de recursos en línea, como el centro de escritura de la Universidad de Purdue, que nos pueden enseñar la forma correcta de citar un libro, un artículo de periódico, o incluso un TikTok. En teoría, son nuestros profesores y asesores los que nos enseñan a citar en los cursos de metodología de la investigación, cuando nos devuelven nuestros trabajos corregidos o cuando revisan nuestras tesis. Digo en teoría, porque en la práctica suele ser algún foro online que resuelve las dudas de último minuto sobre cómo citar una fuente de forma adecuada.
Es dentro de estas comunidades académicas y de redes sociales que abogar por el reconocimiento de otros también es un indicador de pertenecer y proteger a esta comunidad. Cuando un asesor indica que su alumno ha obviado una cita, reconoce que ha leído al autor inicial y es capaz de identificarlo. De la misma forma ocurre cuando alguien en redes se siente tan identificado con el autor inicial de una idea que aboga por este. En ambos casos, son señales de que pertenecemos a una conversación y de que intentamos que ella se mantenga siguiendo las normas que nos permiten dialogar en el pasado con quienes iniciaron la conversación y descubrir, tal vez, nuevas ideas o nuevos memes.
Estas normas nos permiten aportar a la conversación con nuestras propias ideas y citar o mencionar, según las señales que nuestra comunidad ha escogido, para que la conversación permita también dirigir a quienes nos leen en el futuro. Reaccionar cuando alguien rompe estas normas es una forma de proteger a nuestra comunidad y a la conversación que se está desarrollando. Nuestra reacción no es la misma cuando alguien se olvida de mencionar a un autor en WhatsApp que cuando lo hace una influencer o un generador de contenido importante, y tampoco lo es cuando un alumno se equivocó en la fecha que cuando copia párrafos enteros en lugar de escribir el texto necesario explicando cómo sus ideas conversan con las de otros autores. Si es tan común ver a las comunidades online responder ante la falta de reconocimiento, es natural que haya tanto malestar hacia los políticos que intentan menospreciar el valor de reconocer el trabajo de otros.