El nuevo billete de 200 y preguntas que trascienden el racismo
Tengo la impresión de que últimamente a muchísimos limeños les ha mortificado más ver a Tilsa Tsuchiya en el nuevo billete de 200 soles que, por ejemplo, las vulneraciones del Congreso a las PASO, la colaboración eficaz o la ley forestal; o que el gobierno cumpla un año de su inicio sangriento con 8 % de aprobación. La atención, los miles de palabras y post y tuits y memes; el tiempo y la capacidad de indignación dedicados a cuestionar la imagen de la pintora supeña en un pedazo de papel que pocas veces veremos en la vida real ―sea por la virtualidad de la economía, sea por pobreza― frente a la desatención sobre la campaña de vandalismo en la que se aplicó el Poder Legislativo antes de salir de vacaciones resultan tan desconcertantes como elocuentes. Incluso frívolos.
Más allá de preferencias y de la polémica, el hecho concreto es que Tsuchiya es, desde hace unas semanas, el rostro que consigna nuestro nuevo billete de 200 soles. El de mayor denominación. Así que, dejando de lado exabruptos y acusaciones insensatas, démosle una vuelta al tema.
Los billetes son, o solían ser, objetos que circulan sin descanso de mano en mano por todo el territorio, por cuanto los rostros que vemos impresos en ellos llegan a convertirse, debido al uso, la familiaridad o el anhelo, en parte de la cultura popular (a veces la gente los llama con motes cariñosos: cocos, polas, santarrositas). Quienes cortan el queque siempre lo han sabido, por lo que, desde que fueron inventados, se han valido de las monedas y los billetes para decirnos a quién hay que obedecer, a quién rezar, a quién emular. Como bien dice mi amiga Natalia Sobrevilla, son artefactos con los que se construyen cotidianamente las identidades. Pensemos, si no, en un denario romano con la cara de Vespasiano o en la tupacamaruzación de nuestro papel moneda en los 70. Como si se tratase de valiosísimos volantes publicitarios que nadie se atrevería a tirar. Asimismo, muy cercano a la propaganda, está el afán pedagógico, aquel que propone no ya convertir a los conversos de Grau, Quiñones o Basadre; sino, más bien, mostrarnos nuevos paradigmas, otros peruanos y peruanas ejemplares pero, en algunos casos, menos conocidos.
Así llegamos a la nueva hornada de billetes emitidos por el BCR: bonitos, modernos, más seguros y estrenando una galería de personalidades: Chabuca Granda, José María Arguedas, María Rostworowski, Pedro Paulet y Tilsa Tsuchiya. Tres damas y dos caballeros representantes, entre otras cosas, de las migraciones que formaron nuestra identidad. Los dos primeros gozan del favor de muchos; los dos segundos, menos (pese a sus extraordinarios aportes). El problema, el ardor, ha surgido recién con la última llegada.
Para conocer la postura institucional del banco, sencillamente les escribí.
Y me respondieron que no es que Julio Velarde se haya caviarizado, ni que el pacto progresista universal haya permeado nuestra economía para quitarnos a santa Rosa y reemplazarla por esa señora que pintaba cuadros raros. Dicen los funcionarios que “de conformidad con la ley orgánica del Banco Central, el directorio es el que determina las características de nuestros billetes y monedas. El Banco ha sido muy cuidadoso, como en todas las decisiones que toma, en la elección de las personalidades que están en nuestros billetes, para lo cual hizo consultas a destacados especialistas de los sectores que se pretende destacar”. Estos sectores son la música, la literatura, la historia, la ciencia y la pintura. Entonces ya se sabe por qué no fue elegido, por ejemplo, san Martín de Porres. Ahora bien, por qué Tsuchiya en lugar de Eielson o Szyszlo (por decir algo), ya resulta de una combinación, supongo, de azar y representación. Personalmente ―y no es que me importe tanto, la verdad― pienso que Tilsa Tsuchiya tiene sobrados méritos para figurar en un billete. Sobre los motivos no me voy a extender, se ha escrito bastante sobre sus cualidades y muchos méritos artísticos.
Hay un segundo asunto que se presta al debate: ¿pueden las autoridades, elegidas o designadas por las elegidas, tomar este tipo de decisiones sin consultarle a la ciudadanía? Aquí me enfrento a dos posiciones opuestas que bien podrían alimentar una charla de sobremesa navideña. Por un lado pienso que, en la medida de lo posible, debería intentarse, de la misma forma en que se hacen plebiscitos sobre temas políticos. Por ejemplo a escala distrital, con una ciudadanía organizada y madura y representantes respetuosos podrían convocarse asambleas para discutir no solo cuestiones administrativas sino, también, ornamentales o culturales: “Señores, ¿están de acuerdo con que pongamos la escultura de Fulano en el malecón? ¿Quieren que sus impuestos sirvan para celebrar un festival de cine regional al aire libre?”. Sin embargo, creo que estamos lejísimos de alcanzar ese nivel de entendimiento. Por el otro lado, se supone que cuando uno escoge a un político con su voto no solo le está dando el puesto, sino también el poder de escoger a los funcionarios más acordes con su línea de pensamiento y el poder de tomar decisiones en su nombre. O sea, confiamos en ellos, y en quienes ellos confíen, en su buen juicio. Sin embargo, en este ámbito ni electores ni políticos hemos dado la talla tampoco.
Cuando hayamos olvidado del todo las tonterías racistas, ignorantes y misóginas de los últimos días, veremos que el saldo de este asunto es favorable. El objetivo, al menos en parte, se ha logrado: cuando el ruido cese muchos más compatriotas sabrán quién fue Tilsa Tsuchiya. Y eso está bien.
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Hola, señor Trujillo, me alegra que alguien se ocupe -y con lucidez- del absurdo racismo que ha desatado la aparición del billete. Que hablen de caviarismo vaya y pase (la ignorancia en temas artísticos y culturales ya no sorprende), pero meterse con la raza de la pintora -y en pleno siglo XXI- es inadmisible y debería conllevar penalidades. Saludos desde la Asociación para la Investigación de la Tierra y el Espacio Pedro Paulet.