Una película premiada y una campaña apremiada
Hace poco volví a ver Three Billboards Outside Ebbing, Missouri (Tres anuncios por un crimen), la película con la que la Frances McDormand ganó su segundo Óscar. Qué hermosa y brutal es, qué verdadera y conmovedora. Ahí McDormand encarna a Mildred Hayes, una mujer cuya hija fue violada y asesinada siete meses atrás, un crimen sin resolver que la desborda de rabia y frustración. Y movida por estos sentimientos es que decide alquilar las vallas del título, para denunciar desde una carretera la aparente impasibilidad de la policía respecto al hecho. Estos carteles como gritos furiosos desencadenarán nuevos enfrentamientos entre vecinos y autoridades, con resultados impensados que sostienen hasta el final el ritmo de una cinta memorable.
Esta semana aparecieron grandes paneles LED en distintas avenidas de Lima con el propósito de alertar a la población sobre el peligro que implicaría un eventual gobierno comunista (no sé dónde poner las comillas en la frase). Seguro los han visto: “Piensa en el futuro de tus hijos. No al comunismo”; “El comunismo genera miseria y pobreza”; “¿Sabes que el voto en blanco le suma al comunismo?”, etc. Destaca uno, pretendidamente sutil: “No soy naranja ni rojo. Soy camiseta. Votemos por el Perú”.
A diferencia de lo que ocurre en la película de Martin McDonagh, nadie ha asumido directamente y con valor y consecuencia la contratación de los anuncios. Y no se trata de tres —ni de cinco, ni diez, ni veinte—: son innumerables. En la ficción el motivo es la bronca y la impotencia; en la realidad, el temor. Unos transmiten una denuncia; los otros, la angustia ante la posibilidad de perder (nuevamente) y el cambio radical, sobre todo en el modelo económico, que significaría la elección de Pedro Castillo. Por supuesto, tampoco podríamos comparar la inversión de una madre trabajadora de un pueblo del centro de los Estados Unidos con lo que debe estar cobrando la empresa Punto Visual por esta avalancha de propaganda en nuestra pujante capital.
Un detalle observado pronto por Farid Matuk en un tuit es que esta campaña de miles de dólares diarios no es reportada a la ONPE por ser “neutral”. Es decir, no se declara. El fujimorismo ha sido siempre un paradigma de cómo meter miedo a través de aparatos mediáticos al filo de lo ilegal. La pregunta del millón, por supuesto, es quiénes están poniendo el billete. Y luego por qué. Y para qué. Y a cambio de qué. Me dirán, seguro, que un grupo de empresarios comprometidos con el país ha hecho una chanchita para defender la patria, el progreso, el modelo económico, y no convertirnos en Venezuela, el infierno tan temido. Vale. No me lo compro. No creo en sus buenas intenciones y, por último, tampoco creo que ese modelo económico tan celebrado por algunos haya traído bienestar para millones de peruanos que, ahora mismo, están dispuestos a votar por un cambio radical y temerario con tal de probar otra cosa, lo que sea, porque lo anterior sencillamente no les ha funcionado. ¿Tanto cuesta entenderlo? Dicho sea de paso, ya sabemos también de las inclinaciones de Fuerza Popular por el financiamiento turbio —cuando no decididamente delincuencial— de sus carreras electorales.
Por otro lado, tampoco estoy muy seguro del éxito del plan, que es, claro, nivelar el antivoto: Keiko Fujimori sabe que no son suficientes quienes quieren votar por ella, y que más bien son legión los que la rechazan; por ello lo que busca no es presentarse como alguien confiable, sino directamente convertirse en el mal menor: algo como “Yo sé que me odias, que nunca me querrás, pero tu otra opción es ser pobre. O más pobre”. Visto con frialdad resulta patético.
Tras la aparición de los carteles y con rapidez digna de mejores causas —o no— llegaron los memes criollos, unos crueles, otros jocosísimos, todos poniendo como camote a la candidata naranja. Como siento debilidad por estas pepas de ironía, no pude evitar compartir unos cuantos. Al toque me escribieron personas que quiero mucho, que no tanto e incluso desconocidos para putearme por la irresponsabilidad antipatriótica que había cometido. Y, perdón, pero no creo que sea así. Para empezar, porque casi nada debería ser impermeable al humor, y menos cuando se está llevando a cabo una maniobra tan estrafalaria, y menos aún, en un momento de tanta crispación. Seamos democráticos también en la joda. Castillo, además, se ha merecido unos memazos. Pero sea porque son misios, sea porque su estrategia de casi mutismo les es más eficaz, lo cierto es que en Perú Libre están llevando mejor la campaña. Mientras tanto, esos carteles, como tanto histerismo mal escondido, tanto grupo de WhatsApp entre señoras que pretenden catequizar a empleadas domésticas y choferes como si fueran niños chiquitos o idiotas, la verdad es que da vergüenza ajena.
No sé si sea necesario repetirlo, pero igual: Castillo y los suyos me parecen una banda de ineptos e improvisados con ideas trasnochadas, poco respetuosos de las libertades individuales, con vocación dictatorial y vínculos siniestros. Pero creo que lo peor es caer en la desesperación. Tenemos un mes por delante para decidir con cautela y conocimiento de causa. El pavor no deja pensar, y menos actuar racionalmente. Cuando la guerra se desata de verdad —como ocurre en Tres anuncios por un crimen— ya no hay marcha atrás.
Estimados y anónimos señores de los carteles (o los cárteles): lean a Sun Tzu, asesórense mejor, cambien de estrategia: están sudando su desesperación, y huele. Si persisten, el tiro les saldrá por la culata. Y de eso ya no podrán culpar al comunismo.
De acuerdo. Sería bueno también saber quien paga la campaña del modestísimo profesor. Los docentes mal pagados del Sutep? Cerrón con los recursos que tuvo como gobernador? No sabemos.
A mi si me gustó y pienso que ver al Amauta metiéndose en una clínica asustado, es cómo para “pasarle el huevo”