Marcos López estudió Antropología en la PUCP y es magíster en Etnología y Antropología social por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (Francia).
En su libro El Capital en la era del Antropoceno, el investigador japonés Kohei Saito nos invita a pensar una nueva forma de organizar la sociedad a través de lo que denomina “comunismo decrecentista”. Saito (Tokio, 1987) es doctor en Filosofía por la Universidad de Humboldt y, desde hace varios años, estudia los textos de Karl Marx acerca de la relación entre el capitalismo y la naturaleza. Su trabajo ha sido reconocido con el Deutscher Memorial Prize, una distinción que ha sido concedida a grandes investigadores como Eric Hobsbawm, David Harvey, Terry Eagleton, entre otros. En el libro mencionado Saito sostiene que el capitalismo afecta los procesos cíclicos del ecosistema, generando un desgarramiento insalvable entre el hombre y la naturaleza; es decir, la priorización del crecimiento económico ha puesto en riesgo la vida humana sobre la Tierra. Incluso la crisis medioambiental se ha vuelto una oportunidad de negocio: “Si aumentan los incendios forestales, se venden más seguros; si hay una plaga de saltamontes, se venden más insecticidas”. Tenemos que escoger entre el capitalismo y el planeta; y, si elegimos este último, debemos ―según él― apostar por ese comunismo decrecentista.
Pero Saito no es ningún idealista. Es consciente de que la actual crisis medioambiental nos enfrenta a una paradoja. La reducción de las emisiones de carbono implica una desaceleración de la producción industrial basada en combustibles fósiles que podría conducir a una nueva crisis económica de alcance global. Acabamos de vivir esta experiencia durante la pandemia del COVID-19: la economía desaceleró, la cantidad de emisiones de carbono se redujo, los multimillonarios incrementaron sus fortunas y los trabajadores fueron despedidos o colocados bajo un régimen especial que, en el Perú, se llamó “suspensión perfecta de labores”. En otras palabras, la lucha por salvar el planeta entra en conflicto con la lucha por llegar a fin de mes.
Las perspectivas no parecen muy alentadoras. El consenso mundial es apostar por las energías renovables para continuar con el crecimiento económico. Sin embargo, si en los próximos años no se consigue enfriar la Tierra, las consecuencias podrían ser catastróficas. Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU, la subida de la temperatura aumentará, a su vez, la intensidad de las olas de calor, la escasez de agua y provocará un descenso en los niveles de producción de alimentos como el arroz, el maíz y el trigo. Cambios que afectarán principalmente a las poblaciones desfavorecidas y vulnerables, pueblos indígenas y comunidades dependientes de medios de subsistencia agrícolas o ubicadas en zonas cercanas a las costas. El escenario previsto por los expertos de la ONU es lo que conduce a Saito a afirmar que existen únicamente cuatro opciones para resolver la crisis ambiental en el futuro próximo.
La primera es el fascismo climático. En este escenario los estados tratarán de proteger los intereses de las clases privilegiadas y reprimirán a todos los sujetos que amenacen el crecimiento económico como, por ejemplo, los sectores pobres o los refugiados ambientales. La segunda opción es la barbarie. En este caso las masas se sublevarán contra el Estado y las clases privilegiadas porque no podrán satisfacer sus necesidades básicas. Saito la llama barbarie porque la violencia emergerá como el único medio para saciar el hambre y garantizar la subsistencia. El tercer escenario es el maoísmo climático, que consiste en una potencial respuesta a la barbarie. Es decir, los estados adoptarán medidas autoritarias para evitar el caos y la violencia desbordada de las masas. Se trata de la emergencia de estados totalitarios que, en teoría, tomarían decisiones más efectivas e igualitarias para enfrentar la crisis. La cuarta alternativa corresponde a la propuesta del autor: el comunismo decrecentista, que defiende la libertad, la igualdad y la democracia.
El comunismo decrecentista de Saito es una apuesta por cambiar el sistema, es decir, una utopía de sociedad distinta. En diálogo con las discusiones de la economía ecológica y las propuestas del decrecimiento de autores como Serge Latouche, Saito defiende que una sociedad poscapitalista debería tener como eje principal una forma de organización de la producción adaptada a los ciclos de la naturaleza. Es por esa razón que el autor japonés resume su propuesta en cinco grandes puntos.
El primer pilar de esta nueva forma de organización social sería la transición hacia una economía del valor de uso. La sociedad contemporánea, para Saito, produce en función a la demanda del mercado, es decir, “todo vale con tal de que se venda”. El comunismo decrecentista implica un replanteamiento del objetivo de la producción en función de aquello que la sociedad estime como vital. En otras palabras, el objetivo de la producción no es el incremento del PBI, sino la satisfacción de las necesidades básicas como la alimentación, el agua potable o la protección de los ecosistemas.
El segundo consiste en una reducción de la jornada laboral. La transición hacia una economía centrada en el valor de uso afectará la dinámica de la producción. Desde la perspectiva del filósofo japonés, el uso de energías renovables implicará un descenso en los niveles de producción y los seres humanos participarán menos en las actividades productivas. La automatización permitiría que el trabajo humano sea asignado solo a aquellas actividades verdaderamente necesarias para la reproducción social. En consecuencia, habría una disminución en la producción de mercancías innecesarias, lo que reducirá también las emisiones de carbono. Una labor conjunta entre trabajadores y maquinas que funcionen con energías renovables. No se trata de erradicar el trabajo.
En tercer lugar, la abolición de la división uniformizadora del trabajo. En contra de propuestas que abogan por terminar con el trabajo, Saito considera que una nueva sociedad debe tener como objetivo convertirlo en una actividad atractiva para los seres humanos. Esto es fundamental porque estamos tan acostumbrados que, si no tenemos trabajo, sentimos que hemos fracasado e incluso nos cuesta disfrutar de nuestro tiempo libre. Como contaba el futbolista argentino Carlos Tévez en una entrevista, su papá nunca quiso dejar de trabajar porque no sabía hacer otra cosa y, cuando lo intentó a pedido de su hijo que contaba con los recursos suficientes para mantener a toda la familia, casi se muere. Dada esta importancia, Saito sostiene que una sociedad distinta requiere que las personas estén capacitadas para realizar actividades diversas y variadas en lugar de hacer la misma tarea durante toda la jornada.
El desarrollo de capacidades de las personas es fundamental porque el cuarto pilar del comunismo decrecentista consiste en una democratización del proceso de producción. Saito sostiene que los trabajadores deberán tomar el control de los medios de producción; es decir, una forma de propiedad social en la que se define de manera abierta y democrática qué tecnologías desarrollar y cómo utilizarlas, así como las fuentes de energía. Es cierto que las opiniones no siempre coincidirán, pero lo central es que se trata de un acuerdo social y no una decisión tomada por grupos de accionistas en función de sus intereses particulares. Saito advierte que es probable que la pérdida de beneficios desmotive a las compañías privadas, frenando los procesos de innovación generados por el capital; pero esa tarea recaerá en la sociedad. El comunismo decrecentista debería perseguir el desarrollo de tecnologías que prioricen a los trabajadores y el medio ambiente.
Por último, el autor sostiene que es necesaria una revalorización de las actividades esenciales, es decir, aquellas difícilmente mecanizables como, por ejemplo, el cuidado de las personas. Para Saito resulta difícil que un robot pueda reemplazar a una persona en este tipo de trabajo porque los cuidadores se enfrentan a diferentes tareas e imprevistos y, además, construyen relaciones de confianza. Un robot podría levantar a un adulto mayor de su cama, pero, al menos todavía, no puede escuchar sus preocupaciones o construir una relación cercana e íntima en tanto requiere de un trabajo emocional. Pero la pregunta que no responde es cómo revalorizar este tipo de actividades en una sociedad donde pareciera que el salario no tendría mayor importancia.
El comunismo decrecentista es un desafío para aquellos que luchan por una alternativa a la sociedad capitalista. En Más allá del bien y del mal, Nietzsche escribe que “quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, también este mira dentro de ti”. Una forma de interpretar el aforismo en el contexto de la actual crisis consiste en que no debemos replicar los errores del capitalismo en el diseño de una nueva sociedad. Al igual que Nietzsche, Saito nos invita a mirar el abismo contemporáneo al que nos enfrentamos como especie, es decir, el de la crisis ecológica, y nos insta a replantearnos nuestras creencias, prácticas y valores. El diseño de una alternativa de sociedad exige que reconsideremos nuestra relación con la naturaleza e imaginemos una economía cuyo desarrollo obedezca a otros indicadores de bienestar. La verdadera pregunta a la que nos enfrenta la polémica propuesta del comunismo decrecentista de Kohei Saito es si podemos renunciar a un estilo de vida consumista para evitar la barbarie y garantizar un futuro sostenible y justo para todos. ¿Somos capaces de vislumbrar un horizonte en el que la producción y el consumo estén alineados con el ecosistema y las necesidades humanas vitales? ¿Estamos realmente dispuestos a transformar nuestra sociedad y a nosotros mismos para evitar caer en el abismo de la crisis medioambiental?
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Existe una quinta opción para evitar el debacle mundial aunque bastante difícil de realizar pero siguiendo las mismas reglas de juego del «capitalismo y del libre mercado»: pagar el precio justo de los artículos producidos, es decir, incluir en el precio los daños ocasionados por kilogramo de CO2 generado en la producción y el costo del tratamiento de los desechos. Es decir, pagar el precio de un producto 100% neutral con el medio ambiente. Para determinar el precio del tratamiento de los desechos se puede utilizar la información de las comunas a nivel mundial. Ahora, cuantificar los daños ocasionados por kilogramo de CO2 generado en la producción es más difícil, porque no es fácil cuantificar las inundaciones, sequías, incendios, etc y sobre todo las muertes. Sería interesante hacer un estudio en este sentido si es que todavía no se ha hecho.