Buenos Aires en malos tiempos


La voz de un taxista retumba después de décadas


Volví a Buenos Aires después de mucho tiempo, a presentar un libro. La primera vez que llegué fue hace casi veinte años, invitada a un seminario donde comparábamos constituciones. Algunos lo hacían de manera teórica, otros lo hacíamos observando casos particulares. Aprendí muchísimo y, además, tuve la suerte de poder quedarme unos días más en casa de una amiga.

Aquel año la Argentina había comenzado a levantar tímidamente la cabeza después de la brutal crisis económica y política del 2001. Vine con una hermosa guía literaria de la ciudad, escrita por un académico inglés que había vivido aquí en su juventud y había sido uno de los encargados de leerle a Borges. Gracias a ello llegué al Parque Lezama a tomarme una foto frente a la estatua donde comienza Sobre héroes y tumbas, pude ver La Boca y Palermo, leyendo lo que se había escrito de esos barrios, y recorrí Recoleta y Barrio Norte con la cadencia de las palabras de autores y poetas.

Pero una de las cosas que más recuerdo es lo que me dijo un taxista. Ese mismo año, solo unos meses antes, había pasado Hugo Chávez por aquí y había llenado un estadio, eran los inicios de la efervescencia kirchnerista. El “tacho”, como les llaman allá, me dijo: “Mire, el problema es que los argentinos llevamos una vida pensando que somos europeos, pero la verdad es que somos tan latinoamericanos como todos y esta crisis no ha hecho más que recordárnoslo”.

Cada vez que he vuelto, sus palabras han resonado. Mis temas de estudio me han llevado a revisar los hechos que nos han unido y separado en los últimos doscientos años, he leído e investigado mucho sobre el proceso de la formación de los estados y las naciones en estas latitudes, y el caso particular del Río de la Plata está muy interconectado no solo con los que se convertirían en los vecinos inmediatos de lo que hoy es Argentina, sino más allá de los Andes.

Tengo, además, colegas y amigos que desde una perspectiva argentina han estudiado el Perú tanto en el tiempo de la Independencia —por la importancia de la presencia de San Martín—, como en el Centenario y en la primera mitad del siglo XX, porque estas tierras, al igual que Chile, fueron muy importantes para el desarrollo del aprismo, y en Argentina se leyó mucho a Mariátegui.

Nuestras historias se entrelazan de manera profunda, y cito algunos episodios, como el del mundial de fútbol de 1978, cuando Perú perdió 6 a 0 después de que el dictador Videla pasara por el camerino de los jugadores a decir quién sabe qué, cubierto hasta hoy por un velo de misterio. Otro es el apoyo de Belaunde a la Junta Militar en la Guerra de Malvinas, que fue mucho más público y notorio. Es de preguntar por qué un presidente democrático tomaría una decisión como aquella, y me aventuro a señalar que, en gran medida, fue porque el arquitecto pasó su exilio en Buenos Aires cuando lo sacaron en pijama de Palacio de Gobierno en 1968.

Compartimos, además, la tremenda etapa de la hiperinflación de los 80 y es muy difícil persuadir a un argentino de que lo que vivimos en Perú —ver subir los precios casi minuto a minuto—fue tan espantoso como lo que vivieron ellos esos años. Un amigo recuerda haber visto en su juventud estas pintas en las calles: “Argentina, patria querida, dame un presidente como Alan García”. Admiraban que nuestro mandatario hubiera decidido no pagar la deuda externa.

Algo que me entristece mucho es cómo en este momento nuestros amigos argentinos viven de nuevo el infierno de la inflación y la devaluación. Cuando cambié los dólares que traje porque se me había advertido que no usara mis tarjetas ya que el cambio varía de manera extrema, tuve un flashback al pasado. Al entregar unos pocos billetes, me dieron un talego inmenso y me daba miedo andar cargándolo. Me molestó cuando, antes de salir de Lima, algunos se regodearon pensando en todo lo que podría consumir debido a la situación de nuestro país hermano. No veo cómo se puede observar el sufrimiento de otros como una ventaja personal.

En Buenos Aires hablé con muchos amigos y, como siempre, nos consolamos de nuestras terribles situaciones políticas y comprobé que, a pesar de la profunda grieta que allá los divide, están de acuerdo en que la situación es corrosiva y explosiva, pero que no queda más que tratar de seguir adelante. La pena es que, al igual que en el Perú, el diálogo parece ser cada vez más uno de sordos.

Desde allá, siguen a grandes rasgos lo que sucede en el Perú, así como nosotros lo hacemos con lo que ocurre por allá y nos vemos un poco reflejados en el desencuentro.

Ahora que acabo de despedirme de ese país tan hermoso como complejo, espero que podamos encontrar aquí y allá una manera de convivir y de resolver el problema que compartimos: vivir en sociedades con una muy alta tolerancia a la corrupción y a la desigualdad.


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3 comentarios

  1. Isabel Sibrevilla

    Ay Buenos Aires! Que pesar por la Argentina

  2. Isabel Sibrevilla

    Ay Buenos Aires! Que pesar por la Argentina

  3. Excelente comentario, Nati. Qué hubiera pensado San Martín de su gloriosa república hoy? Y, por supuesto, de nuestro Perú también.

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