Maniac: genio, ficción y límites de la inteligencia artificial
Alejandro Neyra es escritor y diplomático peruano. Ha sido director de la Biblioteca Nacional, ministro de Cultura, y ha desempeñado funciones diplomáticas ante Naciones Unidas en Ginebra y la Embajada del Perú en Chile. Es autor de los libros Peruanos Ilustres, Peruvians do it better, Peruanas Ilustres, Historia (o)culta del Perú, Biblioteca Peruana, Peruanos de ficción, Traiciones Peruanas, entre otros. Ha ganado el Premio Copé de Novela 2019 con Mi monstruo sagrado y es autor de la celebrada y premiada saga de novelas CIA Perú.
John von Neumann, de quien trata casi tres cuartas partes de la magnífica novela Maniac de Benjamín Labatut, fue uno de los grandes científicos húngaros de origen judío que llegaron a los Estados Unidos en las primeras décadas del siglo XX para contribuir en muchos proyectos, incluido el desarrollo de la bomba nuclear y de la computación. Algunos los llamaron “los marcianos” por sus maneras excéntricas y genio inusual para las ciencias numéricas. Destacaron en los distintos experimentos en los que colaboraron, como el proyecto Manhattan, del ahora tan recordado Robert Oppenheimer.
Sobre ellos habría que decir que no era casual que coincidieran tantas mentes brillantes en un pequeño país centroeuropeo. La aristocracia austrohúngara, consciente de la necesidad de educar a sus élites, promovió un modelo educativo de alta calidad a inicios del siglo pasado, el cual, lamentablemente, colapsó con la caída del régimen en la Gran Guerra. No creo que sea gratis sumar a este grupo de investigadores brillantes grandes autores o pensadores como Sándor Márai y Georg Lukács, además de cineastas como Alexander Korda, Paul Fejos o Manó Kertész Kaminer, ya en América conocido como Michael Curtiz, el director de Casablanca. Todos aquellos cerebros, que huyeron primero del “terror blanco” ultraconservador de Miklós Horthy y luego de la amenaza nazi, alimentaron la maquinaria científica y del pensamiento europeo o norteamericano lejos del Danubio.
Entre todos aquellos, y particularmente entre los “marcianos”, Von Neumann destacó por su impresionante capacidad de trabajo y genialidad con los números en proyectos que iban desde la física cuántica a la fisión nuclear, y de la teoría de juegos a la computación. Si uno piensa en esas grandes máquinas capaces de procesar cálculos imposibles para un ser humano común que aparecen en las películas antiguas de ciencia ficción, se encontrará con algo parecido a la MANIAC, siglas en inglés del analizador matemático, numérico y computacional que se convirtió en el primer intento de crear una inteligencia artificial en los lejanos años cincuenta.
Labatut nos cuenta la vida de Von Neumann a través de múltiples relatos de familiares, amigos y enemigos que, casi siempre dejando en claro que el húngaro era un tipo inclasificable cuya mente estaba más allá de lo que el mundo de su tiempo podía comprender —muchas veces se pone en duda su criterio ético, pues no parecía temer los límites de la destrucción que podía causar con sus propias invenciones—. Poco a poco, por las confesiones, elogios y diatribas, vamos entendiendo que entre los cálculos de Von Neumann están muchas de las claves de lo que ahora conocemos como inteligencia artificial y los límites de la propia vida sobre la Tierra.
Curiosamente el último capítulo de la novela no tiene que ver estrictamente con Von Neumann. Se trata de un relato mediante el cual nos enteramos de cómo se crearon las computadoras más desarrolladas de nuestro tiempo, capaces de vencer a los campeones de ajedrez —la famosa Deep Blue que venció a Garry Kaspárov, probablemente el mejor ajedrecista de todos los tiempos— y de go, el juego oriental que ofrece muchas más posibilidades estratégicas que cualquier otro de mesa y cuyo máximo exponente, el coreano Lee Sedol, fuera derrotado por la máquina Alpha Go en 2016 (hay un documental al respecto). Aquellas victorias de la máquina versus el hombre fueron, nos vamos enterando, probablemente los reales inicios de una inteligencia artificial autorreplicativa —en sencillo, que va aprendiendo de la data a disposición y luego de sí misma—, aquella que diseñó y predijo Von Neumann.
Benjamín Labatut, como en las muy destacadas y punzantes Un verdor terrible o La piedra de la locura, nos confronta con los límites de la ciencia, que son también los linderos de nuestra inteligencia y de la humanidad tal y como la conocemos. Recientemente en el Congreso norteamericano Mark Zuckerberg se vio confrontado por haber creado con las redes sociales enormes oportunidades para compartir contenidos falsos o ilegales, que han causado crímenes de odio o aumentado la difusión de pornografía infantil —ya la inteligencia artificial crea imágenes sexuales en cantidades inconmensurables, lo que por un lado puede ser cebo y, por otro, un arma contra la pedofilia—. Lo cierto es que estas son aplicaciones aún mediadas por el hombre. Pero lo que predijo Von Neumann con sus descubrimientos, y que de alguna manera alcanzó Alpha Go, es la autorreplicación, lo que rompería los límites del control humano. ¿Llegará el momento en que un aparato controlado por la IA pueda decidir por sí mismo y descartar una orden humana, como en los relatos de Asimov?
Esta historia continuará… aunque nadie sabe si por mucho más tiempo.
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