Acerca de dos películas que nos recuerdan la barbarie
La semana pasada vi dos películas: Argentina, 1985 y Sin novedad en el frente. La primera la esperé con ganas y de la segunda me enteré recién por un colega que suele postear recomendaciones fílmicas muy atendibles (qué importante es tener buenos dealersde este tipo de datos). La primera quise verla en el cine porque, cosa rara, la estrenaron en salas locales; pero, como pasó con la segunda, terminé haciéndolo tumbado en la cama (se encuentran en Amazon Prime y Netflix, respectivamente). Las dos están preseleccionadas para competir por el Oscar a mejor película extranjera en la próxima edición del premio. Las dos se ocupan de gravísimos sucesos ocurridos el siglo pasado, y abordan las consecuencias del horror a través de quienes lo enfrentaron, indirecta y directamente. Dos ámbitos de vergüenza para la humanidad y, a su manera, ambas son discursos en contra.
Esto no será una crítica porque no soy crítico y, además, solo tengo unos cientos de palabras disponibles. A lo mucho, será un puñado de discutibles ideas sobre lo que me provocaron. De los spoilers se han encargado los libros de historia.
Sobre Argentina, 1985, dirigida por Santiago Mitre y protagonizada por Ricardo Darín y Peter Lanzani diré del saque que me defraudó. Que esperaba más. No podría decir que es una mala película porque no lo es, solo que, repito, mis expectativas no fueron satisfechas. Y es que el tema del juicio a las Juntas Militares argentinas siempre me pareció apasionante. Tras el regreso de la democracia y por encargo del gobierno el fiscal Julio Strassera (Darín en la ficción) y su adjunto, Luis Gabriel Moreno Ocampo (Lanzani), a la par de los trabajos de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, iniciaron un inédito proceso civil contra los criminales militares que habían gobernado el país hasta 1983. Como la consecuencia más saltante del juicio, Emilio Massera y Jorge Rafael Videla fueron condenados a reclusión perpetua.
El relato es un drama judicial que tiene por protagonista a Strassera, un descreído que asume el encargo casi con pesar por lo titánico del mismo y porque está seguro de que no logrará nada, ni contará con un equipo adecuado (la mayoría de sus colegas se volvieron fachos). Pero se le aparece un complemento ideal en el joven y prometedor Moreno Ocampo y ambos, al frente de un contingente de abogados bisoños (sangre nueva, no contaminada), acometen la labor. Tienen poco tiempo, todo en contra y muchísimo trabajo. El tema es fascinante y cautivador.
Mi principal reparo tiene que ver con cierto facilismo con el que el asunto ha sido abordado. Es decir, a diferencia de los hitos del género —piénsese, por ejemplo, en Anatomía de un asesinato o Doce hombres en pugna— aquí prácticamente no hay tensión y sí poco suspenso. Recordemos que es una ficción, no un documental. Las tensiones sociales casi no se ven reflejadas, aun cuando el caso dividió a la comunidad y para ejemplificar el conflicto que se vivía se usa apenas a la madre de Moreno Ocampo (una aristócrata quien, por supuesto, logra “abrir los ojos” ante la verdad). Por otro lado, el personaje del dramaturgo Somigliana es el cliché del amigo cínico pero sabio, y el contingente de muchachos del equipo sabe al coro pícaro de una serie gringa; es más, todo en la película parece obedecer a los tópicos de ese cine de consumo vía streaming tan de moda (si fuese un libro, sería uno que se pretendería best seller). Supongo que el propósito de los realizadores era aligerar la trama, hacerla moderna y universal para que fuese digerible para un público amplio. Pero, a mi criterio, banaliza los hechos hasta terminar entregando una cinta olvidable. Las actuaciones están estupendas, lo mismo que la producción. Cuenta con momentos de intensidad —tengo que repetir que no es mala; es más, todo el mundo debería verla— como, por ejemplo, la escena del alegato final del fiscal Strassera amparado en el proceso mismo y en el informe Nunca Más. Por cierto, la alocución original puede verse aquí.
Muy pero muy en las antípodas se encuentra Sin novedad en el frente, un peliculón. Se trata de una nueva relectura de la novela de 1929 de Erich Maria Remarque, adaptada ya con distinto éxito en 1930 y 1979. Esta vez el alemán Edward Berger ha llevado la crudeza de la historia a niveles de horror y belleza sobrecogedoras. En apretado resumen, se trata de cómo un grupo de muchachos —entre los que destaca Paul Bäumer (Felix Kammerer en una actuación extraordinaria)— se alistan a participar en la Gran Guerra llenos de unas ilusiones patrióticas inversamente proporcionales a la ruindad de quienes manejan el conflicto. Paul y sus amigos son destacados al Frente Occidental para participar en uno de los episodios bélicos más tristes que se recuerden: una guerra de trincheras contra los aliados, sobre todo franceses, que duró años sin avances ni logros, pero sí cobrando la vida de millones de jóvenes que van transformando su inocente patriotismo en bestialidad cruenta.
Esta sí es una cinta para ver en una sala oscura: qué fotografía, qué gran trabajo de sonido. El director ha recogido la naturaleza antibélica de la novela y le ha dado modernidad sin traicionar su esencia sino, más bien, revitalizándola con los recursos de la producción y la tecnología a lo largo de 147 minutos que, como la refriega, no dan tregua (muchos planos secuencia contribuyen a meternos en esos combates tan descarnados). Todo es doloroso y estremecedor, es imposible no conmoverse hasta las lágrimas con un relato tan vívido y descorazonador. Aquí el clímax es también una versión destilada de la trama, la escena en la que el protagonista lucha con un francés dentro de una trinchera y reconoce que la catástrofe lo ha intoxicado irremediablemente.
Para terminar, recomiendo mucho ver ambas películas no solo por sus virtudes, sino porque son una invitación a recordar, a conversar, incluso a discutir. Estoy seguro de que mis opiniones pueden resultar controversiales, pero, como la misma revisión de la historia, ello puede significar una invitación al diálogo. Y hablar y respetarnos en nuestras diferencias es quizá el mejor conjuro contra la puta guerra.
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Coincido con el artículo respecto a “Sin novedad en el frente” (aún no veo “Argentina 85”).
Es la primera vez que, después de haber leído la novela de Erich Maria Remarque, al ver la película sentí la misma admiración y satisfacción que con la novela. Nunca me había sucedido eso con otras novelas que se hicieron películas. “Sin novedad en el frente” realmente extraordinaria!